El éxito de Donald Trump entre el electorado republicano, tan abrumador como inesperado, ha dado pie a comentarios periodísticos en EEUU que señalan, como factor decisivo de ese éxito, a la gran cobertura mediática que ha tenido, muy superior a la que recibieron el resto de candidatos a las primarias del partido. La cuestión tiene especial interés entre nosotros, porque tenemos el caso de un dirigente político del que también se puede decir que ha sido encumbrado por los medios. Hablo, cómo no, de Pablo Iglesias Turrión, quien partía, además, al contrario que Trump, como un perfecto desconocido.
Los dos últimos artículos que he leído en la prensa norteamericana sobre la responsabilidad de los medios en el ascenso de Trump son complementarios y plantean hipótesis multicausales. En ninguno de ellos, ni en ningún otro de los que he podido leer al respecto, asoma algo similar a la opinión más extendida aquí sobre el “fenómeno mediático Podemos”, y que se sustenta en algún tipo de operación política: el partido del gobierno, el PP, habría fomentado la aparición de Iglesias en los medios (al menos, en sus inicios) con el fin (suponemos) de fragmentar el voto de la izquierda.
El columnista Nicholas Kristoff dice en un artículo en el New York Times (My Shared Shame: The Media Helped Make Trump) que “nuestro primer error fue que la televisión, en particular, le entregó a Trump el micrófono sin hacer el adecuado fact-checking o sin examinar con rigor su pasado, en una cobarde simbiosis que propulsó las audiencias de ambos”.
Kristoff cita a Ann Curry, una ex presentadora de “Today”: “[Trump] entra en escena en la campaña presidencial justo en un momento en que los medios están afrontando graves incertidumbres sobre su futuro financiero. La verdad es que los medios han necesitado a Trump del mismo modo que el adicto al crack necesita un subidón”.
Según un estudio que hizo el NYTimes, los medios le han dado a Trump 1.900 millones de dólares en publicidad gratis en este ciclo presidencial. “Esto es 190 veces más de lo que [Trump] ha pagado en anuncios, y es mucho más de lo que ha recibido cualquier otro candidato”, dice Kristoff.
Las múltiples falsedades de Trump no fueron sometidas a contraste, según el autor, porque “tratamos erróneamente a Trump como a una farsa”, como a un payaso (añado yo). Y no se le tomó en serio, sigue Kristoff, “porque permanecimos ajenos a las penurias de los americanos de clase trabajadora y, así, no pudimos percibir cuánto eco iba a tener su mensaje.”
Kristoff reconoce que es probable que un mayor rigor periodístico no hubiera cambiado gran cosa el curso de los acontecimientos. Cuando los periodistas han cuestionado las afirmaciones de Trump, sus seguidores, dice Tom Brokaw, de la NBC, “ponen reparos a las preguntas, no a las respuestas frecuentemente incompletas, erróneas o flojas.” Aún así, el columnista concluye que “en conjunto, en los medios hemos potenciado a un demagogo y le hemos fallado al país. Hemos sido perritos falderos (lapdogs), en lugar de perros guardianes (watchdogs, organismos protectores).
Zeynep Tufekci, investigadora de medios y movimientos sociales, en otro artículo en el mismo periódico (Adventures in the Trump Twittersphere), describe su exploración del “universo alternativo” que forman los seguidores del candidato en Twitter y explica la conclusión a la que ha llegado.
Aunque tiene algo de cierto que el éxito de Trump es, en parte, una creación de los medios de información tradicionales, dice Tufekci, “el ascenso de Trump es de hecho un síntoma de la creciente debilidad de los medios de masas, especialmente a la hora de controlar los límites de lo que es aceptable decir.”
“Durante décadas, los periodistas de los principales grupos mediáticos han actuado como guardianes (gatekeepers) que juzgaban sobre qué ideas se podía discutir públicamente, y qué era considerado demasiado radical. Esto se llama en ocasiones la ‘ventana Overton’, por Joseph P. Overton del Mackinac Center for Public Policy, conservador, que estudió la gama relativamente reducida de políticas que eran vistas como políticamente aceptables. Lo que los guardianes consideraban aceptable coincidía con frecuencia con aquello que creían quienes estaban en el poder. Las conversaciones fuera del marco de esa ventana no se toleraban.”
Y continúa: “Para mal, y a veces para bien, la ventana Overton se ha roto. Estamos en una era de rápido debilitamiento de los guardianes.”
Muchos de los seguidores de Trump con los que contactó Tufekci decían que no confíaban ya en las grandes instituciones, fuesen partidos políticos o medios de comunicación. En lugar de acudir a ellos, “comparten historias personales que fortalecen la narrativa común, la cual mezcla falsedades y hechos -frecuentemente ignorados por las instituciones poderosas que ahora detestan- con las políticas de resentimiento racial.”
Trump, dice la autora, no hace sondeos internos para ajustar su mensaje, como suele hacerse en las campañas, sino “algo mejor”: usa Twitter para recoger y amplificar los mensajes que tienen resonancia. “No es una celebrity chapucera. Es un político que está estrechamente en contacto con su propia y polarizada base.”
El fenómeno Trump, finaliza Tufekci, no es simplemente una creación de columnistas de la prensa o comunicadores de la televisión “que pensaron en un principio que su candidatura era un chiste que se podía explotar para conseguir audiencia”. El ascenso de Trump “muestra la fortaleza de unos seguidores, unidos en los medios sociales, que creen que los medios son un chiste”.
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Pienso que los argumentos expuestos, con adaptaciones y añadidos, podrían explicar también el fenómeno Podemos en España. Al menos, de modo más convincente que las simples -e indemostrables- explicaciones que se han popularizado, y que atribuyen la gran atención mediática que se ha prestado a Iglesias Turrión y a Podemos esencialmente a una operación política orquestada por el Partido Popular.
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(Esta entrada se ha corregido para sustituir “teorías conspirativas” por “operación política”, una vez leídas las objeciones puestas al primer término por el comentarista del blog Jive Talkin).