Postdata

Al regresar a la rutina (un tanto bohemia) del periodismo, después de un par de meses volcada en una campaña electoral,  no pude resistir la tentación de contarme y contar algo de la experiencia recién vivida y, sobre todo, de reunir algunas de las extravagantes cosas que sucedieron, muchas de ellas nacidas de  la incestuosa relación entre la política y los medios. Escribí así un artículo que tomaba impulso del libro Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política de Michael Ignatieff. Hoy lo traigo aquí, con el debido retraso, para que sirva de postdata a la entrada anterior.

Sí, vale la pena 

[Publicado en libertaddigital.com, 14-10-2016]

A punto de empezar la campaña de las elecciones gallegas del 25 de septiembre, algunos lectores me aconsejaron que tuviera como libro de cabecera Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política, de Michael Ignatieff. Les dije que lo tenía muy presente, pero no me figuraba entonces que fuera a haber, más allá del posible resultado, alguna coincidencia entre la experiencia que yo iba a vivir como candidata de Ciudadanos en Galicia y la que había vivido Ignatieff como candidato del Partido Liberal en Canadá.

En Fuego y cenizas, Ignatieff cuenta su entrada en política, cuando decidió “saltar al campo” después de haber visto toda la vida “el partido desde las gradas”, y su paso por ella. Resumiendo mucho, el libro es la crónica de su encuentro con las dos caras de la política. De un lado, la cara noble de una actividad en la que uno tiene el propósito de mejorar su país y asume la responsabilidad de representar a quienes confían en la visión y la capacidad de un partido y sus candidatos. Del otro, la cara brutal de la pelea política, que describe como un combate en el que no hay reglas, todo vale y lo único que importa es el resultado: ganar.

La política, para algunos, se reduce a ese combate sin reglas en el que, con frecuencia, el fin justifica los medios. Yo no soy de los que piensan tal cosa, pero tampoco llegué desavisada. Había visto durante mucho tiempo el partido desde las gradas y el comentarista político está acostumbrado a despertar reacciones contrarias. Al entrar en el campo de la política, lo que cambia a esos efectos es la escala. Hay que contar con que se multipliquen las reacciones hostiles, las distorsiones y las tergiversaciones. No obstante, me llevé una sorpresa.

 

 

Ni yo era Ignatieff ni Galicia era Canadá, pero se ve que en las campañas electorales hay pocas cosas originales y muchas que se repiten. Resulta que lo primero que le hicieron a Ignatieff nada más anunciar su propósito de presentarse candidato fue colgarle el sambenito de outsider: era el profesor de Harvard que sólo estaba en Canadá “de visita”, era el “candidato lanzado en paracaídas”, era un tipo de fuera que los de dentro tenían que apresurarse en rechazar. Y resultó que en la campaña electoral gallega iba a suceder algo parecido.

Al principio fueron señales de humo en Twitter. ”Vive en Madrid”, decían de mí. Y a renglón seguido, no importaba que contradiciendo lo anterior, denunciaban que, viviendo en Vigo y siendo de allí, me presentara por Coruña. Pensé que los trolls estaban haciendo su trabajo y no le di más importancia. Cuando en una de las primeras entrevistas la periodista me dijo que ahora tendría que residir en Galicia y no en Madrid, supuse que sólo estaba mal informada.

Yo había vivido en Madrid, cosa que de momento no está prohibida, igual que había vivido en tiempos en Berlín, Basilea, Ginebra y otros sitios. De hecho, vivir fuera de Galicia es común a muchos gallegos, tanto de antes como de ahora. Pero con ánimo de aclarar el asunto, en una rueda de prensa conté que había fijado de nuevo mi residencia en Galicia a finales de la década de 1990 y que siempre había tenido un pie en ella, entre otras cosas por la familia. Sirvió de poco, como suele ocurrir. Avanzada la campaña, aún me preguntaban si acababa de empadronarme en Galicia (lo he estado desde las elecciones de 1977).

La cuestión, que resurgía de un modo o de otro, tenía más alcance que el puramente personal. La pregunta que me hacían con más frecuencia en las entrevistas era si Ciudadanos tenía propuestas para Galicia. Me extrañó. ¿Cómo no iba a tenerlas? Ciudadanos Galicia se había presentado ya a las municipales de 2015, logrando representación en más de una docena de ayuntamientos. Había concurrido a las generales de diciembre de 2015 y de junio de 2016. El partido disponía de agrupaciones y afiliados en todas las provincias gallegas. ¿Cuál era el problema? ¿Era que se trataba de nuestra primera vez en unas autonómicas? También se estrenaban ahí los de En Marea. ¿Por qué no les preguntaban a ellos si tenían propuestas para Galicia?

Tal vez debía alegrarme de que hubiera tanto interés por conocer nuestro programa. Pero aquel interés se redujo drásticamente cuando hicimos público un documento con cien medidas para Galicia. Fuera de los actos sectoriales que realizamos, recuerdo dos preguntas que partían de una lectura del programa. Una para que aclarara si la reforma electoral que proponíamos iba a “quitarle representación a Galicia” en el Congreso de los Diputados. Otra para saber por qué queríamos traducir al inglés y al chino la publicidad turística de Galicia y si rechazábamos, por tanto, que se hiciera en gallego. Expliqué lo obvio: era una propuesta para la publicidad dirigida a mercados turísticos exteriores y emergentes, como el chino.

No iba a ser el contenido del programa, qué le vamos a hacer, lo que más interesaría de nuestra campaña. Quizá el asunto que despertó mayor atención fue un error en la serigrafía de uno de nuestros autobuses publicitarios. En uno de los emblemas que llevaba, un corazón que reunía las banderas gallega, española y europea, la gallega aparecía con la banda azul en sentido contrario. Fue un error técnico que afectó a uno de los vehículos, pero para algunos era mucho más que eso. En una entrevista televisiva me lo plantearon de esta manera (cito de memoria): “Ustedes han puesto la bandera gallega al revés en los autobuses, ¿conocen ustedes Galicia?”. Bueno, no acabábamos de llegar de Canadá. Le respondí a la entrevistadora: “Yo soy gallega, los afiliados de Ciudadanos Galicia son gallegos, ¿cómo no vamos a conocer Galicia?”.

Es lógico que, en una campaña, un error, cualquiera que sea, atraiga la atención de los rivales y de los medios. Pero es raro que el nuestro se interpretara de aquella peculiar manera. Mi hipótesis es que fue así porque desde el minuto uno hubo un empeño en presentar a Ciudadanos Galicia como ajeno a Galicia. Estas cosas no surgen de forma espontánea. Tampoco era la primera vez que se le intentaba colgar ese sambenito a C’s. El intento se remonta a los orígenes de un partido que nació como reacción a la asfixia nacionalista en Cataluña. Cuando no pagas peaje ni al nacionalismo propiamente dicho ni al de baja intensidad, cuando no te dedicas a la exaltación de lo identitario, aquellos que viven de hacerlo se pondrán a gritar (y a susurrar) que eres de fuera. En Galicia no llegamos a tener a un Floriano llamándonos “Chiutatans”, pero sólo porque ahora éramos más “de Madrid”.

Ah, hubo otro aspecto de nuestra campaña que interesó mucho. Fue si nuestro lema Galicia merécese máis era gallego normativo o no. Yo propuse en algún momento que se celebrara un debate de filólogos al respecto, pero hubiera preferido que se debatieran (y criticaran) nuestras propuestas. Aún así. Mucho peor le fue a Ignatieff, quien al final de su libro escribe:

Llama la atención que en cinco años y medio en la política ninguno de mis adversarios se molestó nunca en atacar lo que yo decía, lo que constaba en mi programa o lo que quería hacer por el país. Estaban demasiado ocupados atacándome. No me quejo, y nunca me arrepentiré de haber luchado por mi parcela.

Mediada la campaña, un conocido que tenía algún rodaje en la materia me dijo: “Una campaña es muy dura, pero cuando acabe la echarás de menos”. No supuse entonces que pudiera tener razón. Las campañas electorales están diseñadas para seres post-biológicos, para criaturas que apenas necesiten comer ni dormir, que estén siempre al cien por cien de su capacidad de convencer al público, conmover a los partidarios y fulminar a los rivales y que, por supuesto, recorran constantemente el país de este a oeste y de sur a norte.

Se dice mucho que, en la era de la televisión y de internet, las campañas a la antigua usanza no tienen sentido. Lo tienen. La campaña electoral es uno de los momentos en que la política establece con mayor intensidad su conexión con los ciudadanos, y es cuando esa conexión se puede hacer de manera directa y personal. La comunidad política no es virtual. La presencia, la cercanía, la charla, el saludo, el apretón de manos y, ahora, el selfie no se pueden sustituir. Recorrer el territorio, estar en la calle, conocer y darse a conocer, todo eso de la vieja escuela sigue siendo necesario, humana y políticamente necesario. “La política tiene que seguir siendo algo corpóreo, porque la confianza es corpórea”, dice Ignatieff, y también ahí tiene razón.

Si me preguntan qué es lo que queda en el ánimo al término de una campaña, si es el resultado lo único que cuenta, debo decir que no. Queda la riqueza de la experiencia. Y después de una campaña como la que hicimos en Galicia, lo que queda por encima de todo es la sensación de que vale la pena. Vale la pena hacer política y hacer una campaña electoral jugando limpio, aunque no se consiga el resultado que se quería. Nada ni nadie nos quitarán a mí y a mi equipo, a los afiliados de Galicia y a los de otros lugares que vinieron a apoyarnos, la satisfacción de haber intentado que se hablara de política en serio, de haber difundido las ideas y la actitud de Ciudadanos, y de haber hecho todo ello sin trampas, sin demagogia, sin falsedades.

Los casi 50.000 votos que obtuvimos no se pierden, no son inútiles, como tanto repitieron algunos. No van “al cubo de la basura”, como llegó a decir el portavoz de un partido que estaba muy preocupado por la posibilidad de que C’s entrara en el Parlamento. No lo conseguimos, pero los votantes pueden estar seguros de que Ciudadanos Galicia seguirá comprometido con las propuestas, los criterios y la visión en los que confiaron. Sus votos serán muy útiles para consolidar un proyecto político que resulta imprescindible para que Galicia avance. Si de algo me convencí más durante la campaña fue precisamente de eso. En Galicia, igual que en el resto de España, Ciudadanos está para quedarse.

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Juego limpio

Hace unas semanas, la dirección nacional de Ciudadanos me propuso que me presentara a las primarias para ser la candidata de C’s Galicia a la presidencia de la Xunta en las elecciones gallegas del 25 de septiembre próximo. Antes incluso de que se iniciara el procedimiento se sirvió un primer aperitivo del juego sucio que tantos practican en la política y en el periodismo. No me sorprendió. Hace muchos años que observo ambos territorios, diferentes pero colindantes, en tantos casos solapados, como para asombrarme. No me va a asombrar, pero espero que sea entretenido seguirlo. Me propongo comentarlo desde aquí siempre que pueda, y confío en que lo hagan mejor, el juego sucio, quiero decir, que en los primeros compases.

El aperitivo al que me refería fue la aparición de algunos tuits y el comentario de cierto digital según los cuales cuando la catástrofe del Prestige, yo había escrito que los gallegos no querían limpiar el chapapote porque les daba igual la contaminación o que tenía a los gallegos por unos holgazanes. El digital en cuestión lo ponía así debajo de mi foto: “Recuerdan que considera vagos a los gallegos y que es colaboradora de Libertad Digital. Las redes sociales rememoran algunos de sus artículos y se mofan de la centralidad de Rivera.”

Algunos de sus artículos, no: sólo uno. Hasta en el detalle nimio hacían trampas. Era, por tanto, un artículo, del año 2002,  el que usaron para lanzar esas tergiversaciones. En él no decía que a los gallegos les diera igual la contaminación ni que fueran vagos -eso sería además como llamarme vaga a mí misma- pero quien hace trampas en lo pequeño, tiende a hacerlas en lo grande. Mi artículo, que era una valoración de la respuesta inicial de los gobiernos gallego y central a la catástrofe, era este: ¿Perdió el gobierno la brújula?

Los tergiversadores fueron rápidos, pero torpes. Y muy desmemoriados. Alguno se había olvidado de lo que él mismo había escrito.  Es el caso de Antonio Maestre, de lamarea.com, que puso en Twitter que yo “afirmaba que a los gallegos les daba igual la contaminación del Prestige y por eso no limpiaban”.

Bien. Esto escribía Maestre el 14 de noviembre de 2013, en un artículo que titulaba La otra marea negra del Prestige: promesas incumplidas, votos comprados,  bajo el epígrafe La compra de votos y voluntades:

“El hundimiento del Prestige llevó al gobierno a publicar una serie de decretos urgentes con las indemnizaciones que se darían a cofradías, armadores y mariscadores. Según un estudio de la universidad de Santiago, las ayudas otorgadas a las (sic) marineros llegaban a duplicar el salario ganado en sus labores. Extremo reconocido por Antonio Blanco, alcalde popular de Muxía.

En cuanto a las indemnizaciones dadas a las (sic) armadores, éstas hacían que les resultara mucho más rentable tener las embarcaciones paradas que trabajando.”

¿Unos vagos, los armadores? Y más adelante:

“La estrategia del PP de usar las indemnizaciones a los afectados en las poblaciones más dañadas por el vertido se dio en Cambados, Boiro, Noia, Carballo, Rianxo, Muros, Porto do Son, Laracha, Vimianzo, Cee, Malpica, Muxía, Fisterra, Ponteceso, Camariñas, Carnota, Corcubión, Dumbría y Laxe aumentando además la partida de las indemnizaciones en las fechas previas a las elecciones generales de 2004, para llegar incluso a entregar las indemnizaciones durante la campaña electoral.

Tal y como ocurrió en Malpica de Bergantiños, en la que incluso hubo pescadores que cobrarían a la vez las indemnizaciones del Prestige junto a las del Mar Egeo, petrolero hundido frente a la torre de Hércules en el año 1992.”

Lo que decía Maestre (léanlo) es que el gobierno del PP regó de dinero la zona para comprar el voto y que consiguió sus objetivos, según exponía en el citado artículo. Eso equivale a decir que los gallegos de la zona cero del Prestige se vendieron por un plato de indemnizaciones. Empleando su técnica periodística (con menor intensidad tergiversadora), equivale a decir que los gallegos vendieron su voto. No parece que el señor Maestre tenga buena opinión de los gallegos.

En realidad, no es/no fue el único. Maestre reflotaba la acusación de dejarse comprar que se había lanzado, años antes, contra los de Muxía y otras localidades.  Para hacerse una idea de hasta donde llegaron las aguas, véase este artículo (El Periódico, 1-06-2003):  Nunca tuvo tanto dinero Muxía.

Lo dicho: háganlo mejor. Seguiremos informando.

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(S)elección Brexit

Mi selección de artículos sobre el Brexit (antes de):

Brexit: How a fringe idea took hold of the Tory party (Matthew D’Ancona, The Guardian)

Who is to Blame for Brexit’s Appeal? British Newspapers. (Martin Fletcher, New York Times)

Brexiters are 500 years behind the times. (Rupert Gavin, Financial Times)

Good Riddance to Great Britain (Thomas von der Dunk, Foreign Policy)

***

El Brexit es un tigre de papel  (José García Domínguez, Libertad Digital)

Brexit, la hora de la verdad  (José García Domínguez, Libertad Digital)

Últimas tardes con Inglaterra (David Jiménez Torres, Libertad Digital)

Si me permiten la autocita: No todo es patrioterismo en el Brexit (Libertad Digital)

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Post Brexit: El principio del fin, el fin del principio  (David Jiménez Torres, Libertad Digital)

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En la Feria del Libro, caseta 269

El próximo fin de semana estaré en la Feria del Libro. En Madrid, en el Retiro. Para firmar ejemplares de Un sombrero cargado de nieve y/o para charlar con quienes quieran acercarse a la caseta número 269, de la editorial Stella Maris.

Estos son mis horarios: Viernes, 3 de junio entre 20:00 y 21:00 horas, y sábado, 4 de junio, de 12:00 a 13:00 horas.

Avisado queda.

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De dónde vienen los (revolucionarios) cursis

Hace unas horas, por puro azar google, caí en un texto o pretexto del subcomandante Marcos. Busqué después algunas otras citas del estudiante de Filosofía reconvertido a revolucionario con pasamontañas en Chiapas y catapultado a la celebridad mediática no sólo por guerrillero misterioso sino también por literato. De pronto, en  el estilo,  en el tono de “realismo mágico” pasado por Gramsci y el el marxismo estructuralista francés, me saltó a la vista una conexión. ¿Y si  la vena abierta  por la  que fluye orinoca la seudo lírica de algunos fundadores de Podemos tuviera ahí una de sus fuentes de inspiración?

Andando en el búsqueda hallé un posible eslabón: Manuel Vázquez Montalbán, el publicista al que tienen en tanta consideración intelectual los principales fundadores de Podemos, fue a la selva Lacandona a entrevistarse con Marcos y sacó un libro sobre él a finales de los 90. A Montalbán  le pasó como a tantos otros periodistas e intelectuales progres: se sintieron fascinados por el personaje (al respecto, el libro de Maite Rico y Bertrand de la Grange, Marcos, la genial impostura). Que los de Podemos sientan fascinación por MVM es asunto  que merecería alguna exploración. Pero la merece más la peculiar combinación de mística revolucionaria,  mala literatura y tirón mediático.

***

Así empezaba la cuarta Declaración de la selva Lacandona (y aviso de que puede herir la sensibilidad del lector):

No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder.

Nosotros nacimos de la noche. En ella vivimos. Moriremos en ella. Pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día, para quienes es regalo la muerte, para quienes está prohibida la vida. Para todos la luz. Para todos todo. Para nosotros el dolor y la angustia, para nosotros la alegre rebeldía, para nosotros el futuro negado, para nosotros la dignidad insurrecta. Para nosotros nada.

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