Serpiente de verano

S. de verano. Noticia sin mucha trascendencia desde el punto de vista informativo que es objeto de atención de los medios de comunicación cuando no se producen noticias interesantes. (Diccionario de uso del español, María Moliner)

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Subráyese: informativo. Esto excluye la narrativa con la que se están cosiendo los fragmentos informativos proporcionados por Luis Bárcenas (u otro). Narrativa: el relato que permite transformar, por ejemplo,  un mensaje que dice “Sé fuerte” en un mensaje que dice “Cállate”.

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Bárcenas y la serpiente de verano (En VLC News)

A estas alturas ya podemos decir que la serpiente de verano lleva por nombre Luis y por apellido Bárcenas. Lo que no está tan claro es de qué clase de serpiente estamos hablando. Aún está por ver si se trata de un reptil mortífero, como quiere aparentar, o es de los que sólo dan un buen susto.

Desde que la Justicia le puso contra las cuerdas, el ex tesorero del PP ha intentado presionar, de una u otra forma, al que fue su partido. En román paladino, ha tratado de chantajearlo. En esto, ni es el primero ni será el último. En España tenemos una buena lista de gente que ha amenazado con “tirar de la manta” cuando se ha visto en el banquillo o entre rejas. (Seguir leyendo)

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Qué culpa tiene España

Convertir los escándalos, de corrupción o cualesquiera otros, en asuntos de vergüenza nacional, de ¡qué bochorno, vaya imagen que está dando España!, y de “hoy es el día que preferiría ser sueco”, es uno de los lugares comunes más insoportables que ha dado esta crisis.

No puede decirse que sea novedad. Tales letanías autoflagelantes forman parte de nuestra costumbre cultural. El complejo de inferioridad y  la hipersensibilidad a la mirada ajena (extranjera) ya se manifestaban hace unos cuantos siglos. Narcisismo masoquista, lo llamó Juan Marichal.

De modo que tenemos la paradoja siguiente.  Por un lado,  la opinión pública tiende a culpar de todo -la corrupción, la crisis, la calor- a unos pocos: los políticos.  Por otro,  esa misma opinión pública, siempre un reflejo de la publicada, asume que los pecados de esos pocos nos manchan a todos,  a España.  Y esto a pesar de que había quedado claro que los pocos malandrines eran una casta y un grupo ajeno al resto.

Quién lo entienda.

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La caja de puros II

En la columna menciono dos versiones de la historia de la caja de puros. Lo que no decía, por no señalar yerros ajenos, es que las dos versiones, distintas ellas, las daba el mismo periódico.

Helas aquí:

Versión A:

Según Bárcenas, el principal y más recurrente de esos «otros fines» era el pago trimestral de sobresueldos en metálico al presidente, secretario general y vicesecretarios generales del partido. Cuando el PP estaba en la oposición las entregas se hacían en los despachos de la propia sede. En el periodo en el que estaba en el Gobierno, Lapuerta acudía con los sobres a los ministerios u otras dependencias oficiales. Según Bárcenas, a Lapuerta le agradaba especialmente esta tarea y solía combinarla con algún detalle personal. En uno de los casos junto al sobre llevaba una caja de puros Montecristo al ministerio correspondiente.

(Pedro J. Ramírez, Cuatro horas con Bárcenas, El Mundo, 7 de julio de 2013)

Versión B:

Rajoy, siempre según la contabilidad B de Bárcenas, habría percibido
presuntamente sus salarios extra en dinero en metálico. En concreto,
en el interior de una caja de puros que el a la sazón tesorero,
Álvaro Lapuerta, le llevaba puntualmente y en persona al Ministerio. Una
práctica que se repitió con otros de los ministros del Ejecutivo Aznar que
compartía el rango de vicesecretario general con Mariano Rajoy. Es el caso de
Mayor Oreja y Rato.

(Esteban Urreiztieta y Eduardo Inda, Los originales de Bárcenas…., El Mundo, 9 de julio de 2013)

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Hace muchos años, un periodista que había trabajado en Estados Unidos me dijo que la diferencia entre un periódico del montón y el New York Times era que el segundo incluía, en la noticia de un suceso, el nombre y el número de la calle dónde había ocurrido. Es decir, los detalles y la exactitud.

Se comprende, no obstante,  que el detalle  mutara de un día para el otro en las mismas páginas de El Mundo: cuando uno hace aparecer una caja de puros en una entrega de dinero se acaba viendo al dinero dentro de la caja de puros. Es la imagen redonda.

 

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La caja de puros

De todas las novedades aportadas en este segundo talkshow de Bárcenas en la prensa (ahora en El Mundo, antes en El País), sólo ha logrado interesarme una cosa: la caja de puros Montecristo. Una caja con la que Lapuerta, entonces tesorero del PP, acompañaba la entrega del sobre en el ministerio correspondiente (en el que estuviera Rajoy, se sobreentiende). Porque Lapuerta, según el relato de Bárcenas, iba con los sobrecitos de ministerio en ministerio.

El de la caja de puros un detalle extrañamente preciso y muy cinematográfico. Es un detalle que se visualiza y que al tiempo visualiza al destinatario de los sobres. Es perfecto.  Y por eso mismo tiene toda la pinta de  ser falso.

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Secretos de Polichinela

Bárcenas pasa por ser el hombre que conoce secretos  del Partido Popular que de revelarse harían caer  al Gobierno, según le dijo el ex tesorero al director de El Mundo. Quién sabe, pero si  el peor secreto que guarda  Bárcenas del PP es que se ha financiado de manera irregular, bueno, eso esté lejos de ser la bomba atómica.

Es indudable que Bárcenas quiere hacer ver que tiene capacidad de chantaje sobre el PP. Y es evidente que la actitud de la cúpula popular ante el caso alimenta la sospecha de que así es.  Se entiende que no quieran hablar mucho sobre el asunto, por aquello de que cualquier declaración sirve para avivar el fuego. El inconveniente del no comment  y esperar a que escampe es que deja a Bárcenas un amplio margen para el manejo de los tiempos, como diríamos en cursi. Es decir, para soltar sus revelaciones o amagos de revelación cuando le conviene y lanzar sus dardos en los instantes en que más daño provoquen.

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Peste de abucheos (En VLC News)

Igual me han educado de una forma rara, pero no acabo de verles la gracia a los abucheos. Incluso allí donde son tradición, como en la ópera y en el teatro, me parecen un abuso. Son, digamos, la contraparte de la claque. La claque, que es un grupo de gente  a la que se paga para aplaudir, se profesionalizó de tal manera en el siglo XIX que fue un anticipo de cómo se organizan hoy los shows televisivos. Había un jefe de claque que mandaba aplaudir, había reidores para reír los chistes, había llorones  -que solían ser lloronas- para los instantes dramáticos  y había “biseros” para pedir bises.

Todo ese regimiento de aplaudidores se podía transformar en un santiamén en un hatajo de abucheadores y esto, que en la tradición teatral ocurría porque el actor o el cantante se negaban a pagarles un extra, también sucede ahora aunque no haya necesariamente dinero de por medio. El que mucho abuchea suele ser el mismo que mucho ovaciona. Y  más cuando pasamos del teatro propiamente dicho a la política, donde la transición del ¡viva! al ¡muera! se produce a veces de la noche a la mañana. (Seguir leyendo)

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