Bill Keller, al que alguna vez hemos leído en la prensa española, ha debatido en su periódico, el New York Times, con Glenn Greenwald, que publicó en The Guardian el caso de espionaje filtrado por Edward Snowden y ahora va a ser la estrella de un nuevo proyecto mediático distinto a todos, jajá.
Este Greenwald en el que algunos han visto a un cruzado de las libertades públicas (¿el cruzado mágico?) o al nuevo periodista de raza, que diríamos en castizo, es en realidad un abogado metido a activista periodístico, otra raza que abunda más que la otra en estos tiempos y hasta en estos pagos nuestros.
Igual por hacer de la necesidad virtud, a Greenwald le ha dado por sostener que el periodismo o es activista o no es. Cree que el periodista, el informador (que es oficio distinto al del opinador) no debe evitar impregnar el producto de su trabajo de su particular visión política e ideológica, como viene siendo norma (otra cosa es que se cumpla), sino todo lo contrario: que ha de hacerlo abiertamente.
Yo discrepo absolutamente de Greenwald, y discrepo también y sobre todo como lectora de periódicos: no soporto la “información militante”, que tanto me hace perder el tiempo y la paciencia. Hay que leer tachando para sacar una brizna de información en claro y muchas veces lo único que se saca es un empacho.
Pero lo explica muy bien Keller en su última intervención en el debate. Ahí va, en traducción exprés de la casa:
Usted insiste en que “todo periodismo tiene un punto de vista y un conjunto de intereses a defender, incluso cuando se esfuerza en ocultarlo.” Y que por ello no tiene sentido intentar ser imparcial. (Evito la palabra “objetivo”, que sugiere un mítico y perfecto estado de verdad.) Más aún, cuando se trata de los medios convencionales usted está convencido de que usted, Glenn Greenwald, sabe cuál es el “conjunto de intereses” dominante. Nunca es algo tan inocente como un sentido del fair play o la determinación de dejar que el lector decida; tiene que ser alguna servil lealtad a fuerzas políticas poderosas.
Yo creo que la imparcialidad es una aspiración que merece la pena en el periodismo, incluso cuando no se consigue por completo. Creo que en la mayoría de los casos esa aspiración le acerca a uno más a la verdad, porque impone la disciplina de testar todos los supuestos, incluidos desde luego los propios. Esa disciplina no surge de forma espontánea. Creo que un periodismo que parte de una predisposición públicamente proclamada tiene menos posibilidades de llegar a la verdad y menos posibilidades de convencer a los que no están ya convencidos (Prueba A:Fox News.) Y sí, es más probable que un redactor manipule la evidencia para respaldar un punto de vista declarado que si ese punto de vista lo mantiene en privado, porque está en juego el orgullo.
Tiene usted razón al señalar que esta búsqueda de imparcialidad es un estándar relativamente nuevo en el periodismo americano. El lector no tiene que ir muy atrás en los archivos -incluidos los archivos de este periódico- para encontrar la clase de periodismo abiertamente de opinión que usted defiende. Tiene el “alma” que usted reclama, pero al oído moderno le suena sermoneador y sospechoso.
Yo creo que la necesidad de un periodismo imparcial es mayor que nunca, porque vivimos en un mundo de medios basados en la afinidad, donde los ciudadanos pueden construir y construyen cámaras de resonancia de sus propias creencias. Es demasiado fácil sentirse “informado” sin haber visto nunca información que desafíe nuestros prejuicios.
Antes apuntaba usted que las encuestas muestran que el público americano tiene mala opinión de los medios informativos. Decía usted -sin fundarse en ninguna evidencia que yo haya encontrado- que ese declinante aprecio es el resultado de una “patente sumisión al poder político”. ¿En serio? A mí me parece más verosímil que la erosión del respeto a los medios americanos -categoría que incluye todo, desde mi periódico al USA Today, de Rush Limbaugh al National Enquirer y a los noticieros locales de si hay sangre-manda – tenga su explicación en que abunde tanto en ellos lo trivial, lo superficial, lo sensacional, lo redundante y sí, lo ideológico y lo polémico.
El original aquí