La incomprensible

Entender lo que sucede en Cataluña y, en concreto, qué sucede en las mentes de esos habitantes suyos que piensan o sienten -o lo que fuere- en lo mal que les va en España y lo bien que les iría sin España, es algo que no está al alcance de cualquiera. Así lo creen a pies juntillas los nacionalistas catalanes,  que a la primera de cambio se dirigen al interlocutor que no vive en Cataluña en tono paternalista, de maestro a alumno que no acaba de pillar el tema. Es cuando empiezan con eso de ”para entender lo que pasa…”;  ”tenéis que entender que…”; “deberías venir aquí para entender…”.

El caso se vuelve caricatura cuando le sueltan ese rollo a un comentarista político que escribe y habla  sobre cualquier asunto político de su país y de muchos otros, según sean sus intereses y conocimientos.  Ah, no, pero lo de Cataluña, cuidado, no lo entiende.

Pero se entiende perfectamente. Se entiende que el  nacionalista catalán cree  que lo suyo es muy, muy singular y  que únicamente los de “dentro”, que al fin son los de dentro del nacionalismo, pueden llegar a entenderlo, mientras que los de “fuera” necesitan una capacitación especial, un cursillo, una temporada en el infierno, qué sé yo, para apreciar en toda su plenitud un fenómeno tan complejo y extraordinario. ¡Ni que fuera un problema de física cuántica!

Pobres tíos. Me temo que nunca entenderán. Hay cosas que sólo se comprenden bien desde la distancia.

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En torno a la nueva izquierda radical en España, Pedro Carlos González Cuevas (El Catoblepas)

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Una lección de periodismo (Keller vs. Greenwald)

Bill Keller, al que alguna vez hemos leído en la prensa española, ha debatido en su periódico, el New York Times, con Glenn Greenwald, que publicó en The Guardian el caso de espionaje filtrado por Edward Snowden y ahora va a ser la estrella de un nuevo proyecto mediático distinto a todos,  jajá.

Este Greenwald en el  que algunos han visto a un cruzado de las libertades públicas  (¿el cruzado mágico?) o al nuevo periodista de raza, que diríamos en castizo, es en realidad un abogado metido a activista periodístico, otra raza que abunda más que la otra en estos tiempos y hasta en estos pagos nuestros.

Igual por hacer de la necesidad virtud, a Greenwald le ha dado por sostener que el periodismo o es activista o no es. Cree que el periodista, el informador (que es oficio distinto al del opinador) no debe evitar impregnar el producto de su trabajo de su particular visión política e ideológica, como viene siendo norma (otra cosa es que se cumpla), sino todo lo contrario: que ha de hacerlo abiertamente.

Yo discrepo absolutamente de Greenwald, y discrepo también y sobre todo como lectora de periódicos: no soporto  la “información militante”, que tanto me hace perder el tiempo y la paciencia. Hay que leer tachando para sacar una brizna de información en claro y muchas veces lo único que se saca es un empacho.

Pero lo explica muy bien Keller en su última intervención en el debate. Ahí va, en traducción exprés de la casa:

Usted insiste en que “todo periodismo tiene un punto de vista y un conjunto de intereses a defender, incluso cuando se esfuerza en ocultarlo.” Y que por ello no tiene sentido intentar ser imparcial. (Evito la palabra “objetivo”, que sugiere un mítico y perfecto estado de verdad.) Más aún, cuando se trata de los medios convencionales usted está convencido de que usted, Glenn Greenwald, sabe cuál es el “conjunto de intereses” dominante. Nunca es algo tan inocente como un sentido del fair play o la determinación de dejar que el lector decida; tiene que ser alguna servil lealtad a fuerzas políticas poderosas.

Yo creo que la imparcialidad es una aspiración que merece la pena en el periodismo, incluso cuando no se consigue por completo. Creo que en la mayoría de los casos esa aspiración le acerca a uno más a la verdad, porque impone la disciplina de testar todos los supuestos, incluidos desde luego los propios. Esa disciplina no surge de forma espontánea. Creo que un periodismo que parte de una predisposición públicamente proclamada tiene menos posibilidades de llegar a la verdad y menos posibilidades de convencer a los que no están ya convencidos (Prueba A:Fox News.) Y sí, es más probable que un redactor manipule la evidencia para respaldar un punto de vista declarado que si ese punto de vista lo mantiene en privado, porque está en juego el orgullo.

Tiene usted razón al señalar que esta búsqueda de imparcialidad es un  estándar relativamente nuevo en el periodismo americano. El lector no tiene que ir muy atrás en los archivos -incluidos los archivos de este periódico-  para encontrar la clase de periodismo abiertamente de opinión que usted defiende. Tiene el “alma” que usted reclama, pero al oído moderno le suena sermoneador y sospechoso. 

Yo creo que la necesidad de un periodismo imparcial es mayor que nunca, porque vivimos en un mundo de medios basados en la afinidad, donde los ciudadanos pueden construir y construyen cámaras de resonancia de sus propias creencias. Es demasiado fácil sentirse “informado” sin haber visto nunca información que desafíe nuestros prejuicios.

Antes apuntaba usted que las encuestas muestran que el público americano tiene mala opinión de los medios informativos. Decía usted -sin fundarse en ninguna evidencia que yo haya encontrado- que ese declinante aprecio es el resultado de una “patente sumisión al poder político”. ¿En serio? A mí me parece más verosímil que la erosión del respeto a los medios americanos -categoría que incluye todo, desde mi periódico al USA Today, de Rush Limbaugh al National Enquirer y a los noticieros locales de si hay sangre-manda – tenga su explicación en que abunde tanto en ellos lo trivial, lo superficial, lo sensacional, lo redundante y sí, lo ideológico y lo polémico.

 

El original aquí

 

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¿Tea Party europeo o Cacaolat?

En el diario El País publicaban ayer una interesante reseña sobre Marine Le Pen, que ha visto la oportunidad de capitalizar las distorsiones económicas y  sociales, traídas por  el diseño  del euro y la política de la eurozona ante la crisis,  en los países del Sur de Europa. Sí, Francia es uno de ellos, a pesar de las apariencias.

Ahora bien, la obstinación (de El País) por colocar a Le Pen como animadora de un Tea Party europeo tiene muy poco sentido. Podrá intentar aliarse con grupos similares de otros países de Europa, pero eso nunca será nada parecido al Tea Party useño. Los del té son anti-estado y si hay alguien más pro-estado que un francés normal es un francés partidario de Le Pen. Los del Frente Nacional no están de ninguna manera en la línea libertaria del Tea Party. ¡Pero si hasta el PSOE es más libertario que el partido de Le Pen!

Por tanto, Marine Le Pen no será nunca Sarah Palin y lo que monte en Europa podrá ser cualquier cosa menos el partido del té.

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¿Tea Party europeo o cacaolat? (En LD)

Para escándalo de muchos, el partido de Marine le Pen se dirige hacia una victoria en las próximas elecciones europeas, que servirán como nunca de canal de desahogo para el voto de protesta y de castigo. El escándalo, como la indignación, hace mucho ruido y brinda satisfacción moral, pero más vale dejarse de gritos y estudiar las razones de ese ascenso, que no son muy distintas a las que insuflan fuerza a partidos populistas en otros lugares de Europa.

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Por qué hay que reformar el Estado de Bienestar (EN VLCNews)

España llegó tarde al Estado de Bienestar y es ahora, bajo la presión de la crisis, cuando surge la necesidad de una reforma que varios países europeos hicieron antes. La hicieron, desde luego, obligados por sus propias crisis, pero también empujados por una realidad ineludible: el mundo había cambiado. Ese cambio, que solemos llamar globalización, puso al welfare state que era distintivo de Europa  ante un complejo problema de viabilidad. Dicho de otro modo, ya no se podía mantener tal cual.

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Defensores del “escrache” denuncian “escrache”

El periódico donde más se escribió en defensa y justificación de los “escraches” de la Colau, es decir, El País,  sorprende hoy con la denuncia, apenas velada como noticia, de que unos alcaldes del PP andaluz le hicieron un “escrache” a la presidenta de la Junta.

Los alcaldes esperaron la salida de Susana Díaz en coche, del aparcamiento del hotel donde se alojaba en Málaga,  para gritarle que la Junta no pagaba. Según las noticias, los alcaldes golpearon la carrocería del vehículo y se abalanzaron -era un “escrache” suicida- contra él. Estos últimos detalles no se aprecian en los vídeos publicados en El País y en El Mundo, pero la cuestión que traigo aquí es la definición: que ambos medios (el segundo únicamente en la portada) definan  como “escrache” la acción de los alcaldes.

Porque la perspectiva que nos abren esas extensiones del concepto es que un “escrache” es toda manifestación  contra un cargo político, que se realice cuando el cargo en cuestión se halla presente en el lugar de la protesta.

Así, según esa definición extensa, al ministro Wert le han hecho “escraches” en numerosas ocasiones en los últimos tiempos: allí adónde ha ido, en el desempeño de sus funciones,  le han esperado manifestantes, abucheadores y lanzadores de tomates. Pero, ay, a lo que le hicieron a Wert no le llamaron “escrache” en los periódicos. Le llamaron, digamos, “va en el cargo”.

Ah, es que los alcaldes peperos hicieron su movida ante el hotel donde se alojaba la presidenta. Los ampliadores del término “escrache” nos conducen, pues, a la igualdad entre un hotel y el domicilio privado, que era el lugar, según supimos por los argentinos, autores del invento, que definía el “escrache”.

Claro que la cuestión es por qué el “escrache”, que hecho por la Colau estaba justificado y era una expresión democráticamente impecable, se usa en sentido peyorativo cuando lo hacen unos  alcaldes del PP. O sea, pregunta retórica.

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La “doctrina Parot” y una reponsabilidad muy compartida

Antes de nada, la precisión necesaria que hacía ayer Ruiz Soroa:

Lo primero aclarar la situación, que muchas informaciones de prensa parecen decididas a confundir, ignoro por qué razón (aunque pueda sospecharlo). La Grand Chambre del Tribunal Europeo de Derechos Humanos no ha “tumbado” la llamada doctrina Parot sobre la forma de cumplimiento de las penas privativas de libertad. Esta doctrina está hoy día integrada en la legislación vigente y se aplica y aplicará sin ningún problema a todos los delitos terroristas cometidos con posterioridad a su entrada en vigor. El TEDH ni siquiera ha soñado impugnarla.

Lo que este tribunal ha declarado incompatible con el Convenio Europeo de Derechos Humanos es la aplicación retroactiva de esa “doctrina” [...]

Luego, estos intentos de juristas muy respetables (aquí y aquí, por ejemplo) de culpar a “los políticos” del desaguisado…Bueno, me encantaría conocer opiniones de juristas que, en los años ochenta, reclamaran un cambio en aquella forma de computar las redenciones de pena. O que alertaran de las indeseables consecuencias de mantener en vigor la parte del Código Penal de 1973 que instituía una “redención por el trabajo” que en la práctica significaba una “redención por la cara”.

Por cierto, se asombran algunos de la blandura del régimen penitenciario franquista, que abría la puerta a la salida de la cárcel más temprana a criminales múltiples, y dice, creo que Requero, que se trataba de un código penal para una época ajena al crimen organizado. Pero no se olvide:

Uno, que bajo el franquismo había pena de muerte y cadena perpetua; es decir, difícilmente los peores criminales iban a salir a la calle, porque iban a salir en ataúd. Dos, que los delitos de terrorismo -o algunos de ellos- se veían en la jurisdicción militar. El consejo de guerra de Burgos, de 1970,  condenó a muerte  a varios de los de ETA procesados, aunque luego se les conmutó la pena.

La democracia eliminó, muy justamente, la pena de muerte y  suprimió quizá con más atolondrado apresuramiento que otra cosa la cadena perpetua (que se podía haber actualizado como cadena perpetua revisable). Pero, al tiempo, no puso en pie hasta años después una legislación penal y penitenciaria capaz de hacer frente a los problemas del terrorismo y otros de delincuencia mayor. Esto es una responsabilidad muy compartida.  Sencillamente, durante muchos años, los ciudadanos españoles no votaron mayoritariamente por partidos que quisieran endurecer el código penal.  Como tampoco se inclinaron mayoritariamente por partidos que propusieran  ilegalizar a los servicios auxiliares de ETA (Batasuna). Aunque hoy suene extraño, fue una ilegalización en la que no se pensó seriamente hasta pasado el año 2000.

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Comentarios sobre los problemas del Estado del Bienestar (y de ciertas organizaciones empresariales):

http://www.ondacero.es/audios-online/julia-en-la-onda/gabinete/gabinete-propuestas-ceoe-pensiones-empleo_2013102200198.html

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