Contra las fiestas

Para los habitantes del centro de las ciudades, al menos es mi caso, hoy comienza una sesión de tortura de varios días a cuenta del carnaval. El ruido, siempre presente, se multiplica con el que producen charangas supuestamente tradicionales  y los ensordecedores decibelios de  actuaciones que empiezan a altas horas de la noche y acaban de madrugada, cuando ya han acabado con el sueño, el descanso y los nervios de los que forzosamente han de soportarlas.

Le he leído a Muñoz Molina, en su “Todo lo que era sólido”, el concepto “totalitarismo de las fiestas”, que es perfecto para describir el fenómeno. No sólo nos vemos  sometidos a la invasión  de ruido y suciedad que acompaña a las malditas fiestas -prácticamente todas subvencionadas: con mis impuestos se paga a quienes van a impedir que duerma durante días-, sino que además cualquier asomo de protesta por ese maltrato le hace merecedor al disidente del apelativo condenatorio por antonomasia: ¡eres un aguafiestas!

Yo no soy sólo una aguafiestas: reclamo que o bien se civilizan o bien se acabe con ellas. Que dejen de tomar como rehenes a todos los habitantes de una ciudad o de un barrio y especialmente que dejen de hacerlo con el dinero de todos. No sé de ningún partido político que haya exigido algo tan razonable como la regulación de los horarios de las fiestas y el fin de las subvenciones con que se las ha venido  agigantando en las pasadas décadas.  Me temo que no sabré de ello.

Para mayor escarnio, los municipios aprueban cada tanto estrictas regulaciones contra el ruido. Qué risa me da ver en mi barrio, festoneado de bares que cierran de madrugada y tienen a los clientes en la calle hablando a gritos, como aquí es costumbre, los carteles del ayuntamiento que advierten que esta es zona saturada de ruidos. Naturalmente, no llame nadie a la policía local, que no está para esos menesteres e ignoro si para otros. Tampoco busque nadie inspectores que comprueben que los bares están insonorizados y cumplen las largas y prolijas normas que aprueban en el consistorio. Y si es fiesta, entonces, olvídese uno de las reglas. Lo único que puede hacer, si se lo puede permitir, es marcharse.

La naturalidad con la que se han aceptado estas faltas de respeto a la privacidad, al descanso de las personas, a las normas de convivencia urbanas, a la urbanidad, como se decía antes con buen criterio, es uno de los signos del embrutecimiento en que ha caído la vida cotidiana en España. La vida cotidiana como la vida pública.

 

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El falso documental sobre el 23-F

Gran trompetería precedió al estreno, ayer, en televisión,  de un documental sobre el intento de golpe de estado del 23-F. Llamábase Operación Palace y tuvo gran éxito de público. La crítica está por llegar o está dividida. Yo no puedo hacerla sobre el material concreto porque no lo vi. No lo hubiera visto en ningún caso, pero dio la casualidad de que estaba trabajando; cosas del periodismo.

Hay una frase que corre por ahí respecto del fake en cuestión, porque se les llama fake a estos montajes que hacen creer a la gente que son de información cuando son de ficción, so tontos. La frase, en fin: el periodismo es otra cosa. Sin duda el periodismo no es hacer  una tramoya, presentarla como auténtica, y desvelar al final que era un montaje e ‘inda por riba’ cubrirse el flanco ético, tan desguarnecido, diciendo que ellos, al contrario de tantos otros, sí que revelan que la mentira era una mentira. Otros os mienten y no os lo dicen,  creo que vino a proclamar el presentador o director del asunto.

Para mí que está claro que el fake no es periodismo. Aunque haya periodismo que fakee muy notoriamente.  El problema, naturalmente, es que se presenta como periodismo, como un documental, como el fruto de una labor informativa  sobre unos hechos. Ese es un engaño intolerable. Divertido, seguramente, pero intolerable de todos modos. Y  los espectadores no  deberían estar agradecidos porque eso demuestre con qué facilidad relativa se les puede tomar el pelo.

La pregunta que me ronda es qué hubiera sucedido si la cadena dedicara el esfuerzo y el dinero que invirtió en el fake en un auténtico documental sobre el 23-F. La respuesta que me ronda es que no lo hubiera visto nadie.

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Mi “Moreno Bonilla” y alguna cosa más

Hinchar el currículo y otros pecados nacionales (En VLC News)

Nada más saberse el nombre del que será nuevo dirigente del PP andaluz, se descubrió que había estado hinchando su currículo con titulaciones que no resistían la prueba del algodón ni ninguna otra. Hace unos cuantos años, esa argucia tan común de tunear el currículo hubiera pasado inadvertida, como así ocurrió en este caso, pero ahora las cosas han cambiado. Aunque debemos precisar: han cambiado para los políticos.

Hay países, Estados Unidos destaca en ello, donde cualquier candidato es sometido a un escrutinio completo tanto de su vida profesional como de su vida privada. La competencia, los rivales, se ocupan de investigar si guarda algún esqueleto en el armario y la prensa da buena cuenta de los hallazgos, ya se trate de un asistente doméstico sin contrato, un affaire extraconyugal o una hazaña bélica dudosa.

Entre nosotros no existía esa costumbre. (Continuar lectura: http://vlcnews.es/opinion/hinchar-el-curriculo-y-otros-pecados-nacionales/ )

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Las obsesiones urbanísticas anti-urbanas

El codueño García Domínguez volvía hoy a la carga contra los pequeños polpotistas del urbanismo. Estas son gentes que, por ejemplo,  quieren convertir una calle importante de una ciudad en una pequeña selva, y que infortunadamente no sólo se dan en Barcelona. Recuerdo un proyecto para la Gran Vía madrileña que apostaba por el mismo estilo: quitar los coches y poner un frondoso parque;  lo ideal, vamos, para pasar por allí de noche de vuelta del cine.

Igual se ha olvidado, así que lo cuento. Los de Pol-Pot, cuando tomaron la capital camboyana, decidieron echar de allí a todo el mundo, y mandarlo a que se reeducase en el campo, donde veían que estaba el futuro del socialismo, mientras que la urbe era una  reaccionaria creación de la burguesía.

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Nuestros pequeños polpotistas

José García Domínguez (En ABC Cataluña)

Al modo del Cid, que ganaba batallas ya difunto, el espíritu de la arquitectura progre barcelonesa, feliz simbiosis entre “La ciudad no es para mí”, legendaria obra magna de Paco Martínez Soria, y la utopía ruralista de Pol Pot en la Camboya de los Jemer Rojos, también ha sobrevivido a la hecatombe municipal del PSC. He ahí las previstas remodelaciones de la Diagonal y de la Plaza de las Glorias, proyectos ambos donde la indisimulada fobia iconoclasta contra todo lo que recuerde a un genuino entorno urbano, esa obsesión suprema de los planificadores del Ayuntamiento, vuelve de nuevo por sus fueros.

(Continuar lectura: http://www.abc.es/catalunya/20140216/abci-dominguez-201402151844.html )

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Y dale con que el referéndum es lo más democrático

Por los comentarios a mi columna sobre el último referéndum suizo constato el arraigo de la mitología sobre los referendos, es decir, de la idea de que constituyen el procedimiento más democrático que se ha inventado. Idea, por otro lado, que extienden en estos momentos los partidarios de la “consulta” en Cataluña.

Yo apuntaba en el texto dos riesgos que entraña el referéndum. Uno de ellos surge  cuando es utilizado como vía legislativa  en lugar de como refrendo de decisiones tomadas en el parlamento, que es como se emplea  en la mayor parte de las democracias, excluido el caso notorio de EE.UU. cuya legislación  no contempla la celebración de referéndums nacionales, aunque sí pueden celebrarse en los estados de la Unión.

Me sorprende que  los partidarios del referéndum constante o frecuente no hayan pensado en qué sucede cuando se legisla a través de ese procedimiento, y más exactamente, en qué sucede si su opción sale derrotada. Pues lo que ocurre es que no habrá margen alguno para el compromiso y a la negociación, esto es, para los que hayan quedado  en minoría.

En el procedimiento legislativo parlamentario puede pasar, y pasa,  que la mayoría saque adelante una ley sin aceptar ninguna enmienda de otros grupos, pero lo habitual es que intente sumar apoyos, para lo cual debe  introducir modificaciones en el proyecto.

El sistema parlamentario está diseñado, y en algunos lugares como EE.UU. de manera muy clara, para incentivar el compromiso y evitar que la mayoría asfixie a la minoría. Pero ese equilibrio, siempre frágil e imperfecto, desaparece  cuando la fuente legislativa es un referéndum. De tal manera,  una medida que se aprobó con una mayoría raspada y que cuenta, por tanto, con la oposición de casi la mitad de los votantes, ha de ser aplicada tal cual, sin posibilidad de matices, enmiendas y modificaciones.

El referéndum no es lo más democrático per se, entre otras muchas cosas, porque la democracia no consiste solamente en el gobierno de la mayoría.  Es más, no es por azar que el referéndum ha sido frecuentemente usado por déspotas, caudillos y otras especies poco democráticas para legitimar su poder mediante “espectáculos de democracia”. Pero vaya tirón que tiene siempre el espectáculo.

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Los referéndums y el populismo (http://www.libertaddigital.com/opinion/cristina-losada/los-referendums-y-el-populismo-70688/)

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