El fenómeno Piketty

Un economista francés, relativamente joven, ha escrito un libro que se está considerando nada menos que la mayor aportación al conocimiento del capitalismo hecha en tropecientos años. Una aportación de resultado crítico, desde luego, por la que el autor ha ascendido ya a gurú de la izquierda, siguiendo así los pasos de Paul Krugman, que ha sido además su introductor en EEUU.

Convertirse en gurú, que hoy es convertirse en estrella mediática, tiene mucho peligro, especialmente para el sujeto que vive esa transformación, que tenderá a perder  rigor intelectual en beneficio de la demagogia, que es con lo que se alimenta al seguidor incondicional.

Aquí vamos a ir poniendo algunas opiniones de interés sobre el libro de Piketty, y si llegara a haberlas sobre un fenómeno peculiar de la crisis: el del economista que pasa a  famoso de la tele.

Es a Marx a quien resucitan

Guy Sorman (En ABC, 11/05/2014)

Karl Marx tiene 43 años, es francés y acaba de publicar un compendio de ochocientas páginas bajo el nombre de Thomas Piketty. Como Marx en su época, Piketty tiene poco público en su país, pero lo ha encontrado en Estados Unidos. Allí, la izquierda universitaria, muy desdichada por vivir en el centro del capitalismo, alimenta la nostalgia del socialismo que nunca ha conocido. Y ha encontrado en Piketty a su profeta, y el economista Paul Krugman se ha convertido en el primer evangelista. En opinión de Krugman, Piketty presenta cualidades marxistas: viene de Europa, una garantía de romanticismo, y su libro se presenta como científico. El éxito de Marx en su época se debió a que creó la expresión «socialismo científico». El mimetismo en Piketty es inequívoco porque su libro se titula El capital en el siglo XXI.

(Continuar lectura: http://www.almendron.com/tribuna/es-a-marx-a-quien-resucitan/ )

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Pronosticando, que es gratis

Antes de conocer los resultados de las elecciones europeas, una quiere poner aquí algunos llamativos pronósticos que se han venido haciendo en España. No los pronósticos de los sondeos, sino los pronósticos políticos, que más que fundarse en las encuestas, se han fundado en los deseos: el deseo de que las europeas supongan un seísmo político de cuidado.

Las dos profecías políticas que más han circulado son las siguientes.  La primera, que la abstención sería monumental, con un efecto deslegitimador clarísimo, no solo para las instituciones europeas (los burócratas de Bruselas, etcétera), sino también para el establishment político español. La segunda, que van a ser el acta de defunción del bipartidismo, es decir, que los dos grandes partidos verían reducidos sus votantes en altísimo grado. Como consecuencia de ello, se han pronosticado profundas crisis tanto en el PSOE (Rubalcaba fuera) como en el PP (hay quienes han aventurado que Rajoy tendría que formar ya un gobierno de gran coalición, ni más ni menos).

Bien. Los datos de participación arrojan a estas horas razonables  dudas sobre la profecía de la super-mega abstención. A las seis de la tarde, eran similares a los de 2009 a la misma hora (34 %). Aún queda un rato, sí, para que no vaya nadie a votar, pero…abstengámonos de proyectar.

Sólo decir al respecto que las europeas son elecciones de poca participación en la mayoría de los países de la UE. A fin de cuentas, los poderes del Parlamento Europeo son mucho más limitados que los de cualquier parlamento nacional. El promedio de participación ha ido decreciendo de un 61,99 por ciento en 1979 al 43 por ciento en 2009.  Y un dato curioso: uno de los países con mayor participación hace cinco años fue Italia, con un 65 por ciento aprox. Curioso porque allí se abomina mucho de la “casta”.

Sea como fuere: la abstención no nos dice por qué se han abstenido los votantes.  Por su propia naturaleza, la abstención no permite saber si los que se abstienen lo  hacen como protesta (contra qué, es además otro capítulo variadito),  porque consideran que no se juega nada decisivo en estas elecciones,  porque se han olvidado de ir a votar, o por lo que fuere. Interpretar el desinterés como una señal de protesta  es tan lícito como interpretarlo como una señal de que el resultado previsible parece correcto; de que las diferencias entre un resultado u otro no suponen alteraciones significativas.

Vamos con el fin del bipartidismo. ¿Se verán reducidos a la mínima expresión PP y PSOE? No lo ha indicado ninguna encuesta. ¿Perderán votos? Seguro. Lo normal es que los dos partidos que han gobernado España durante la crisis más profunda y grave en décadas pierdan votantes. Esto es de cajón aquí y en cualquier otra parte. Es más, parece que será peor para los dos grandes en Francia, pese a que la crisis allí no ha sido tan brutal.

Otra cosa es interpretar tal resultado como una tendencia que marcará las siguientes citas electorales. Como en las europeas no se decide un gobierno nacional, y el parlamento europeo se percibe -correctamente- como un legislativo más ornamental que otra cosa, los votantes pensarán menos en términos de “voto útil”, entendido éste como el voto a un partido mayoritario a fin de que pueda formar gobierno (y de que no pueda formarlo el partido mayoritario que a uno le gusta menos).

Si vamos, por ejemplo, a las europeas de 1999, encontraremos que el PP obtuvo el 39,74 por ciento y el PSOE un 35, 33. En 1999 obtuvieron representación europea, aparte de los dos grandes, otros seis partidos, incluido Euskal Herritarrok. En 1994, Izquierda Unida, atención, obtuvo un récord del 13,44 por ciento de los votos. En 1989, lograron representación, aparte de  PSOE (39,57 %) y  PP (21, 41%), otros nueve partidos, entre ellos Ruiz Mateos y Herri Batasuna.

En 1989, por tanto, los dos grandes partidos sumaron el 60,90 por ciento de los votos. Téngase en cuenta ese umbral a la hora de valorar los resultados de hoy. Nótese también que el PP ganó las elecciones europeas en dos ocasiones en que el PSOE estaba en el gobierno (2004 y 2009),  y luego perdió las generales (2008) y las ganó (2011). No podemos establecer una correlación entre ganar las europeas y ganar las generales. ¡Depende!

Las profecías de gran terremoto político por las europeas me parecen tremendamente exageradas. Pienso que esos pronósticos, como otros que se han ido haciendo y no se cumplieron (el estallido social, la intervención total), aunque tienen un ancla en la realidad, sobre todo responden un estado de ánimo que se ha instalado durante estos años de crisis: un estado de ansiedad permanente, de estar cada día al borde de un precipicio.

Los medios de comunicación han  reflejado y a la vez han alimentado la impresión de que algo está siempre a punto de explotar a lo grande. Cuando no acaba de explotar una cosa, se pasa a otra y así sucesivamente. Ahora, el apocalipsis va a suceder en las europeas. Qué quieren que les diga: no me lo creo.

Lo que sí creo es que estas elecciones serán un test para los nuevos partidos: si consiguen  pasar el filtro, se podrán presentar con más prestancia a otras convocatorias electorales. De su desempeño hoy en las urnas depende por tanto que los pequeños salgan adelante o se queden en esta primera parte del camino. Eso sí se juega hoy.

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¿No hay europeos?

En las elecciones europeas no sólo tienden a pesar poco los graves asuntos europeos que tenemos entre manos, y esto aquí y (antes de Putin) en Sebastopol.  Además,  predomina la  indiferencia por las vicisitudes de la campaña en los demás países concernidos.

Este carácter indudablemente nacional que adquieren las europeas parecería una prueba en favor de algo que proclamó el otro día Geert Wilders, el polémico líder político al que los sondeos sitúan en cabeza en el país de los tulipanes, los molinos de viento y el queso Gouda. En un encuentro con la prensa extranjera la semana pasada, Wilders dijo esto: ”No hay europeos”.

De inmediato, tras esa primera parte de la frase, le viene a uno a la mente  aquello célebre y sarcástico de Joseph de Maistre, el brillante adversario de los philosophes de la Ilustración:  “En el curso de mi vida he visto franceses, italianos, rusos; y hasta sé, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa. Pero, en cuanto al hombre, declaro no haberlo encontrado en mi vida; si existe es en mi total ignorancia.”

El holandés Wilders es, sin embargo, mucho más banal. Su declaración completa reza así: “No hay europeos. Menos del 40 por ciento de los ciudadanos de la UE se siente así”. Dejemos de lado si el dato es dato, la cuestión es que Wilders funda su negación de la existencia de los europeos en el sentir y en el sentir expresado en las encuestas.  Y esto resulta muy familiar. Es la línea de pensamiento-sentimiento de nuestros nacionalistas: no se sienten españoles, y sobre eso levantan, quieren levantar,  fronteras.

La analogía no queda ahí, pues  Wilders deduce que no existen los europeos del hecho de que no se sientan tales unos cuantos millones de europeos, y nuestros nacionalistas quieren que no exista España porque  hay españoles, como ellos, que no se sienten españoles.

La identidad, vaya lío. Uno se siente o dice que se siente. Un francés que se siente chino, ¿deja de ser francés?, ¿deja de ser europeo? Un catalán que no se siente español, ¿deja de ser español? Las identidades, el sentirse tal o cual, ¿funcionan como las muñecas rusas o no admiten pluralidad?  En lo subjetivo caben pocos límites. Todo es posible. Es posible  que un señor de Tarrasa se sienta español o no, que un tipo de Burdeos se sienta francés o chino, que una señora de Hamburgo sienta que es más de Indonesia que de Alemania. Ahora bien, ¿y qué?

En los Estados la cuestión está clara: uno es ciudadano de una nación, al margen de cuál  sea su personal adhesión a una identidad nacional que siempre será poco definida e interpretable. ¿Y Europa?  Europa, es decir, la Unión Europea, no es un Estado. Aunque la UE tiene ciudadanos: son ciudadanos de la UE por ser ciudadanos de sus estados miembros.

Y ahora viene la identidad a dar la lata. ¿Podemos decir, al modo de De Maistre, que hay franceses, alemanes, portugueses, holandeses…pero no hay europeos? Podríamos decirlo si el europeo fuese un ser distinto al francés, alemán, portugués, holandés, etcétera. No lo es.  Por el hecho de ser lo uno, se es lo otro. No hay elección.

 

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El Búho y su podcast

El Búho es la tertulia política que a partir de ahora reúne de lunes a viernes a los tres fundadores de este blog y a Mariano Alonso ante los micrófonos de Radio4G, la emisora de José Antonio Abellán.

El Búho se ha estrenado el lunes, 12 de mayo a las 11 (de la noche), y vuelve cada dia a la misma hora (23:00 a 24:00 h.) con los mismos viajeros. Aquí se puede encontrar el podcast del primer programa:

http://m.ivoox.com/podcast-podcast-el-buho_sq_f1115921_1.html

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La confesión (y el pecado) de Raimon

La confesión (y el pecado) de Raimon (En VLC News)

Hace unos días, Ramón Pelegerino, más conocido por Raimon, dijo en una emisora catalana que él no era independentista. Bueno, ¿y qué? Exactamente. ¿Acaso no se puede decir? De creer a los separatistas, en Cataluña nada impide manifestarse libremente a los que allí mantienen opiniones distintas a las suyas. Nada de nada. Según ellos, todo es libertad y buen rollito, y quienes denuncian un clima coercitivo en el que se margina a los contrarios a la secesión o se los trata como a escoria o se los ridiculiza, están mintiendo como bellacos y son, qué van a ser, chusma anti-catalana.

Muy bien. A Raimon, después de aquella confesión, le están cubriendo de insultos. Desde las filas independentistas, por supuesto, y en las redes sociales, que son el descampado perfecto para los linchamientos virtuales. Nada nuevo bajo el sol, si a eso vamos y por ello, lo más novedoso de esta historia no es que al cantautor lo estén crucificando en Twitter por su falta de entusiasmo por la independencia. Lo curioso, lo significativo, es que haya un desfile de gente pregonando que Raimon tiene derecho a opinar.

Continuar lectura: http://vlcnews.es/2014/opinion/la-confesion-y-el-pecado-de-raimon/

 

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