Antes de conocer los resultados de las elecciones europeas, una quiere poner aquí algunos llamativos pronósticos que se han venido haciendo en España. No los pronósticos de los sondeos, sino los pronósticos políticos, que más que fundarse en las encuestas, se han fundado en los deseos: el deseo de que las europeas supongan un seísmo político de cuidado.
Las dos profecías políticas que más han circulado son las siguientes. La primera, que la abstención sería monumental, con un efecto deslegitimador clarísimo, no solo para las instituciones europeas (los burócratas de Bruselas, etcétera), sino también para el establishment político español. La segunda, que van a ser el acta de defunción del bipartidismo, es decir, que los dos grandes partidos verían reducidos sus votantes en altísimo grado. Como consecuencia de ello, se han pronosticado profundas crisis tanto en el PSOE (Rubalcaba fuera) como en el PP (hay quienes han aventurado que Rajoy tendría que formar ya un gobierno de gran coalición, ni más ni menos).
Bien. Los datos de participación arrojan a estas horas razonables dudas sobre la profecía de la super-mega abstención. A las seis de la tarde, eran similares a los de 2009 a la misma hora (34 %). Aún queda un rato, sí, para que no vaya nadie a votar, pero…abstengámonos de proyectar.
Sólo decir al respecto que las europeas son elecciones de poca participación en la mayoría de los países de la UE. A fin de cuentas, los poderes del Parlamento Europeo son mucho más limitados que los de cualquier parlamento nacional. El promedio de participación ha ido decreciendo de un 61,99 por ciento en 1979 al 43 por ciento en 2009. Y un dato curioso: uno de los países con mayor participación hace cinco años fue Italia, con un 65 por ciento aprox. Curioso porque allí se abomina mucho de la “casta”.
Sea como fuere: la abstención no nos dice por qué se han abstenido los votantes. Por su propia naturaleza, la abstención no permite saber si los que se abstienen lo hacen como protesta (contra qué, es además otro capítulo variadito), porque consideran que no se juega nada decisivo en estas elecciones, porque se han olvidado de ir a votar, o por lo que fuere. Interpretar el desinterés como una señal de protesta es tan lícito como interpretarlo como una señal de que el resultado previsible parece correcto; de que las diferencias entre un resultado u otro no suponen alteraciones significativas.
Vamos con el fin del bipartidismo. ¿Se verán reducidos a la mínima expresión PP y PSOE? No lo ha indicado ninguna encuesta. ¿Perderán votos? Seguro. Lo normal es que los dos partidos que han gobernado España durante la crisis más profunda y grave en décadas pierdan votantes. Esto es de cajón aquí y en cualquier otra parte. Es más, parece que será peor para los dos grandes en Francia, pese a que la crisis allí no ha sido tan brutal.
Otra cosa es interpretar tal resultado como una tendencia que marcará las siguientes citas electorales. Como en las europeas no se decide un gobierno nacional, y el parlamento europeo se percibe -correctamente- como un legislativo más ornamental que otra cosa, los votantes pensarán menos en términos de “voto útil”, entendido éste como el voto a un partido mayoritario a fin de que pueda formar gobierno (y de que no pueda formarlo el partido mayoritario que a uno le gusta menos).
Si vamos, por ejemplo, a las europeas de 1999, encontraremos que el PP obtuvo el 39,74 por ciento y el PSOE un 35, 33. En 1999 obtuvieron representación europea, aparte de los dos grandes, otros seis partidos, incluido Euskal Herritarrok. En 1994, Izquierda Unida, atención, obtuvo un récord del 13,44 por ciento de los votos. En 1989, lograron representación, aparte de PSOE (39,57 %) y PP (21, 41%), otros nueve partidos, entre ellos Ruiz Mateos y Herri Batasuna.
En 1989, por tanto, los dos grandes partidos sumaron el 60,90 por ciento de los votos. Téngase en cuenta ese umbral a la hora de valorar los resultados de hoy. Nótese también que el PP ganó las elecciones europeas en dos ocasiones en que el PSOE estaba en el gobierno (2004 y 2009), y luego perdió las generales (2008) y las ganó (2011). No podemos establecer una correlación entre ganar las europeas y ganar las generales. ¡Depende!
Las profecías de gran terremoto político por las europeas me parecen tremendamente exageradas. Pienso que esos pronósticos, como otros que se han ido haciendo y no se cumplieron (el estallido social, la intervención total), aunque tienen un ancla en la realidad, sobre todo responden un estado de ánimo que se ha instalado durante estos años de crisis: un estado de ansiedad permanente, de estar cada día al borde de un precipicio.
Los medios de comunicación han reflejado y a la vez han alimentado la impresión de que algo está siempre a punto de explotar a lo grande. Cuando no acaba de explotar una cosa, se pasa a otra y así sucesivamente. Ahora, el apocalipsis va a suceder en las europeas. Qué quieren que les diga: no me lo creo.
Lo que sí creo es que estas elecciones serán un test para los nuevos partidos: si consiguen pasar el filtro, se podrán presentar con más prestancia a otras convocatorias electorales. De su desempeño hoy en las urnas depende por tanto que los pequeños salgan adelante o se queden en esta primera parte del camino. Eso sí se juega hoy.