Cómo valorar el programa económico de Podemos (2)
Rubén Osuna *
Dentro de la línea de mayor proactividad estatal se pueden citar medidas como el programa de inversiones públicas (p. 2); más un programa de expansión monetaria (p. 3), que requiere un sometimiento del BCE a las autoridades políticas, y por tanto un cambio estatutario.
La segunda línea, sobre mayor control de los mercados, se concreta en medidas como la regulación en los salarios (p. 2), una mejor regulación de los contratos de préstamo (p. 3) y especialmente los hipotecarios (ps. 18 y 19), la separación de la banca de inversión y la banca comercial (p. 3), la regulación de la dirección de las entidades bancarias (para democratizarla, p. 4) y de todas las empresas en general (una suerte de cogestión, p. 6), la creación de una banca pública (p. 4), la nacionalización de sectores estratégicos (telecomunicaciones, energía, alimentación, transporte, sanitario, farmacéutico y educativo, p. 5, o las grandes fincas, p. 33) y la creación de impuestos sobre los movimientos de capitales (p. 23).
La tercera línea proponía la gestión pública de todo lo público, e incluiría cosas como exigir el cumplimiento de cláusulas sociales a las empresas que acceden a contratos públicos (p. 2), la exigencia de someter a referéndum cualquier privatización (p. 5), la derogación de las privatizaciones en servicios públicos esenciales (ps. 14-15), el fin de la enseñanza privada concertada (p. 17) o la garantía de la gestión y propiedad pública de los recursos hídricos (p. 32).
La cuarta y última línea, centrada en la redistribución de renta entre ciudadanos, recogería propuestas como reducir la edad de jubilación a los 60 años y aumentar las pensiones no contributivas (p. 2), incrementar la carga fiscal sobre las rentas del ahorro y las grandes fortunas (p. 4), establecer una renta básica (p. 8), incrementar la progresividad de los impuestos (p. 14) y la creación de otros nuevos (sobre segundas viviendas infrautilizadas, por ejemplo, p. 19) o excluir los copagos para acceder a servicios (como la sanidad, p. 16).
Muchas de estas propuestas plantean serios problemas jurídicos e institucionales, pero lo que puedo aportar es alguna reflexión crítica sobre los aspectos puramente económicos: si se pueden llevar a cabo o no y si sus efectos serían los pretendidos.
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Las propuestas de la primera línea implican un abrazo al keynesianismo clásico, que tiene dos problemas sustanciales en el contexto actual: cuesta dinero y no tendría los efectos esperados. Cuesta dinero porque lo único que estaría bajo el control de un gobierno de Podemos es la política fiscal, no la monetaria. Incluso si el Banco Central Europeo pudiera comprar directamente deuda pública española, como proponen (p. 3), los actuales niveles de endeudamiento y la posibilidad de que buena parte del impulso inducido en la demanda se perdiera en importaciones, hacen que aceptar un mayor déficit público y deuda para esto no tenga ningún sentido. Otra cosa es financiar el impulso keynesiano con impuestos, pero en ese caso una mano gasta lo que le da la otra, y de nuevo tendríamos el filtraje hacia las importaciones de parte del impulso, por lo que el efecto final esperable, aunque fuera positivo a corto plazo, sería muy pequeño. No saldremos de la crisis así.
El problema último de la economía española es de productividad. Vamos a tratar de explicarlo un poco. Los precios pueden expresarse como el coste laboral por unidad de producto más un margen. El coste laboral unitario es el salario por la cantidad de trabajo que requiere una unidad de producto, es decir, por la inversa de la productividad del trabajo. Si quieres reducir los precios de los bienes y servicios que producimos tienes que reducir los márgenes, o reducir los salarios, o aumentar la productividad[1]. No hay otra. Reducir los salarios implica poder reducir los precios, y esto permite conseguir más demanda para nuestros productos, pero sobre todo externa, porque la interna depende precisamente de esos salarios que las familias gastan en bienes de consumo y que se han reducido. Es mucho mejor aumentar la productividad, pues ganas demanda externa sin sacrificar la interna.
Hay algo mucho mejor todavía: tener ganancias de productividad y no tener que bajar los precios (lo que permitiría mayores salarios y márgenes). Eso podría darse con los bienes cuya demanda no es demasiado sensible a los precios, como es el caso de productos industriales que se compran por la tecnología que llevan incorporada o por la calidad de su manufactura, y no tanto por el precio. España debe por tanto producir otras cosas, y debe ser más productiva en todo lo que hace. La deflación salarial es el peor camino hacia la caída de los precios, pero también el más fácil. La productividad depende de muchos factores interconectados y no hay una sola variable que podamos manipular fácilmente para conseguir que aumente. En general, hay que organizarse mucho mejor, a todos los niveles. Por tanto, aunque Podemos critica -implícitamente- la receta liberal clásica para salir de una crisis -austeridad, deflación, tiempo-, y la tan celebrada caída de salarios, y muchos podamos estar de acuerdo con ello, la alternativa práctica en el mundo de hoy, y en la Unión Monetaria, no es tampoco el keynesianismo clásico, que tuvo sentido en su momento, con economías mucho más cerradas
La segunda línea de acción, que propone un mayor y mejor control del funcionamiento de los mercados, puede defenderse racionalmente. En efecto, los mercados siempre funcionan en un marco institucional. Siempre están regulados. El problema es cuánto regular, y cómo. En España los márgenes empresariales han subido durante la crisis, lo que explica que la caída de salarios no se haya visto reflejada en los precios. Ese comportamiento anómalo de los márgenes se debe a la escasa competencia en los mercados, que se puede deber a nuestra especialización productiva (una economía de servicios) y a una deficiente regulación de los mismos. Otro ejemplo: a la luz de la experiencia, muchos comparten hoy la idea de que una desregulación excesiva -o una regulación deficiente- de determinados mercados, sobre todo los financieros, acaba siempre en tragedia. Entre esos muchos estaría, curiosamente, el propio Adam Smith, que no se engañaba sobre el particular.
El establecimiento de salarios máximos puede ser más cuestionable que un incremento de los salarios mínimos. Entre otras cosas, entra en contradicción con la idea de que los rendimientos del ahorro son la fuente principal de las grandes rentas y con la fuerte progresividad tributaria que propone Podemos en diversas partes de su programa. La cogestión, la banca pública o los impuestos sobre los movimientos de capitales son cosas que ya existen en Europa (la tasa Tobin se aplicará a partir de 2016). Más extravagante resulta la idea de nacionalizar parcialmente sectores enteros de la economía. Primero, por el coste de la expropiación o “adquisición pública”, seguramente inasumible; y después por la contradicción -una vez más- con las propuestas de mayor regulación de esos mismos sectores que se encuentran en diversas partes del programa de Podemos.
Continuará.
*Rubén Osuna es profesor de Teoría Económica de la UNED. http://www.uned.es/personal/rosuna/rosuna.htm