A la vista de lo que ha venido después por la izquierda, incluso o en especial bajo el nombre de socialismo (p.ej. ‘el socialismo del siglo XXI’ ), hay que reconocerle mucha razón a Irving Kristol, padre del ‘neoconservadurismo’ americano, en este artículo que publicó en 1976, que es uno de los que más me gusta de los que le he leído, y del que van aquí algunas catas traducidas de manera exprés:
Socialismo: Obituario de una idea (Irving Kristol, 1976)
El acontecimiento político más importante del siglo XX no es la crisis del capitalismo, sino la muerte del socialismo. Es un acontecimiento de enorme significado. Porque con el deceso del ideal socialista desaparece del horizonte político la única alternativa al capitalismo que tenía raíces en la tradición judeo-cristina y en la civilización occidental que emergería de esa tradición. Ahora, de manera creciente, el anticapitalismo se convertirá en sinónimo de una u otra forma de barbarie y tiranía. Y, dado que el capitalismo, después de unas dos centurias, está abocado a sufrir crisis y a provocar desafección, es simple y llanamente una tragedia que la disensión anticapitalista se vea ahora liberada de una tradición socialista que, como se ve claramente en perspectiva, tenía la función de civilizar el disenso, una función que podía realizar porque implícitamente compartía muchos valores cruciales con el capitalismo liberal al que se oponía.
Hoy vivimos en un mundo en el que un número siempre creciente de personas se llaman a sí mismas socialistas y un número siempre creciente de regímenes políticos se llaman a sí mismos socialistas, pero es un mundo en el cual el ideal socialista se ha vaciado de todo significado, y con frecuencia, también de toda sustancia humana. (….) Cierto, hay un grupo reducido de fieles socialistas que insisten en que no debemos juzgar al socialismo por ninguna de sus obras. (…) Eso es bastante ridículo, por supuesto. El socialismo es lo que el socialismo hace.
(…) La contradicción absoluta entre la realidad socialista de hoy y el ideal socialista original se muestra perfectamente en el rechazo total de las colectividades socialistas a pensar seriamente sobre ese ideal. Quizás el hecho más extraordinario de la historia intelectual del siglo XX es que toda la reflexión sobre el socialismo se lleva a cabo en países que no son socialistas. (…) No ha salido de la Unión Soviética, en sus sesenta años de existencia, ni un solo trabajo interesante sobre marxismo, ¡ni siquiera una biografía definitiva de Karl Marx! Quien quiera estudiar marxismo, con intelectuales marxistas, tendrá que ir a París o a Roma o a Londres, o algún campus universitario americano. (…)
La cuestión inevitable es : ¿Cuál era la debilidad que tenía en su núcleo ese ideal y lo hizo tan vulnerable a la realidad? Pero en un obituario es poco delicado empezar por los defectos del difunto. Es más apropiado reconocer, y presentar respetos, a sus cualidades positivas. Y el ideal socialista era, en muchos aspectos, admirable. Más aún: Era un ideal necesario, que ofrecía elementos que faltaban en la sociedad capitalista, elementos indispensables para la conservación, no digamos el perfeccionamiento, de nuestra humanidad.
Los defectos básicos de nuestra sociedad liberal-capitalista han sido oscurecidos por la propia crítica socialista, o para ser más precisos, por las versiones de esa crítica que se convirtieron en la ortodoxia intelectual de los movimientos socialistas. Las fuentes originales del disenso socialista se descubren mejor si uno se remonta a los socialistas originales: a los llamados socialistas utópicos. (…) Leyéndolos, uno percibe que el socialismo deriva su energía espiritual de una profunda insatisfacción no con uno u otro aspecto de la modernidad liberal, sino con la propia modernidad. En realidad, la crítica socialista original del mundo burgués se aproxima, de forma muy notable, a una versión secular de la condena que lanzaba la “reaccionaria” Iglesia Católica, si bien la lanzaba a un mundo que cada vez era más sordo a las tonalidades cristianas.
El punto esencial de esa condena era que la libertad no resultaba suficiente. Una sociedad fundada únicamente en los “derechos individuales” era una sociedad que finalmente privaba a los hombres de las virtudes que sólo pueden existir en una comunidad política que es algo diferente que una “sociedad”. (…) La propia sociedad capitalista -tal como se proyecta, pongamos, en los escritos de John Locke y Adam Smith- era una sociedad en la que se descuidaban esas virtudes. No las rechazaba ni las desdeñaba, pero asumía que el individuo sería capaz de afrontar ese asunto igual que lo hacía con sus otros asuntos “privados”. Este supuesto, a su vez, era posible solo porque los fundadores del capitalismo dieron por sentado que la herencia moral y espiritual del judaísmo y la cristiandad era inexpugnable y que el nuevo individualismo de la sociedad burguesa no “liberaría” al individuo de esta tradición. (…) Durante muchas generaciones, el capitalismo pudo vivir del capital moral y espiritual del pasado. Pero con cada generación ese capital fue menguando(…) La bancarrota era inevitable, y hemos visto cómo llegaba en nuestro tiempo, cuando el espíritu del nihilismo no sólo ha hecho caso omiso de las respuestas derivadas de la tradición, sino también del sentido de las preguntas a las que la tradición daba respuesta. Una “buena vida” ha pasado así a significar un “estilo de vida” satisfactorio, solo una mercancía más que el capitalismo, en su riqueza y generosidad, pone a disposición en mil variedades para satisfacer mil gustos distintos.
El socialismo, en retrospectiva, se puede ver como una suerte de rebelión contra el potencial nihilista inherente en el principio burgués protestante; como un esfuerzo, dentro del marco de la modernidad, por reconstruir una comunidad política que pudiera resistir las corrupciones de la modernidad misma.
(Cont.)