Poulantzas y la madalena de Proust

Syriza es la madalena de Proust de mi grupo generacional.  Esto ya lo presentía, pero  encontré la confirmación al leer en un artículo de Alexander Clapp en la London Review of Books  que Nicos Poulantzas, que se suicidó en París en 1979, es el referente intelectual del partido que hoy gobierna en Grecia.

¡Poulantzas!  Alguien que estuviera en los setenta en el entorno de la izquierda  se transportará, nada más oír su nombre,  a las reuniones cargadas de humo, a las citas previas y de seguridad,  a las charlas de café en las que  el nombre de Poulantzas se pronunciaba con la admiración que merecen los pensadores profundos. Muy, muy profundos. Poulantzas era uno de los innovadores del pensamiento marxista cuando tal cosa aún tenía vigencia o se imaginaba que la tenía. Uno de los grandes del estructuralismo marxista, junto con Althusser.

La profundidad de Poulantzas era tal que difícilmente se le entendía, pero nosotros y tantos le leíamos convencidos de que allí, en sus textos, estaban las claves y que si no lo comprendíamos era por nuestra bisoñez intelectual. Bien. He seleccionado al azar un fragmente de su libro más conocido, editado en España por Siglo XXI, “Poder político y clases sociales en el estado capitalista”. Aquí está:

“Tratemos de ver el lugar que corresponde, en ese contexto,  a lo político y más particularmente a la práctica política. El concepto de práctica reviste aquí el sentido de un trabajo de transformación sobre un objeto (materia prima) determinado, cuyo resultado es la producción de algo nuevo (el producto) que constituye, o por lo menos puede constituir, una ruptura con los elementos ya dados del objeto. Pero, ¿cuál es a este respecto la especificidad de la práctica política? Esa práctica tiene por objeto específico el “momento actual”, como decía Lenin, es decir, el punto nodal en que se condensan las contradicciones  de los diversos niveles de una formación en las relaciones complejas regidas por la sobredeterminación, por sus diferencias de etapas y su desarrollo desigual. Ese momento actual es, pues, una coyuntura, el punto estratégico en que se fusionan las diversas contradicciones en cuanto  reflejan la articulación que especifica una estructura con predominio. El objeto de la práctica política, tal como aparece en el desarrollo del marxismo por Lenin, es el lugar donde finalmente se fusionan las relaciones de las diversas contradicciones, relaciones que especifican el lugar de la estructura; el lugar a partir del cual puede descifrarse, en una situación concreta, la unidad de la estructura y actuar sobre ella para transformarla. Con esto está dicho que el objeto sobre el cual versa la práctica política depende de los diversos niveles sociales -la práctica política versa a la vez sobre lo económico, sobre lo ideológico, sobre lo teórico y sobre “lo” político en sentido estricto- en su relación, que constituye una coyuntura.”

Y así 466 páginas de profundidad insondable. Nosotros sólo lo leíamos, siempre sin entender que no había nada que entender, salvo alguna que otra evidencia y trivialidad. No sé si Poulantzas era uno de ellos, pero en la época -y en Francia- abundaban los impostores intelectuales dedicados a escribir textos oscuros, porque cuanto más oscuros más admiración y fama les  procuraban. Tiene más miga ponerse ahora a gobernar  con este bagaje intelectual. Es un decir: sospecho que Poulantzas es para Syriza lo que una celebrity para una fiesta.

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Alexander Clapp, Diary:  http://www.lrb.co.uk/v37/n07/alexander-clapp/diary?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=3707&utm_content=ukrw_nonsubs&hq_e=el&hq_m=3683277&hq_l=17&hq_v=c8006c268c

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“En España se vive como en ningún sitio”

El otro día en El Búho entrevistamos a Manuel Arias Maldonado, profesor de Políticas en la Universidad de Málaga, a propósito de las elecciones en Andalucía, y nos habló (y además lo ha escrito, el artículo lo enlazo abajo) de que allí muchos jóvenes y supongo más gente han hecho de la “calidad de vida” un valor que compensa carencias (carencia de empleo, por ejemplo) y les lleva a resistirse a cambios políticos que pudieran amenazarlo.

Al escuchar a Manuel Arias he recordado algo de mi propia experiencia. Cuando regresé a España a finales de la década de los ochenta,  después de varios años de nomadeo por distintos lugares del mundo, me sorprendió encontrar en boca de mucha gente esa idea de que en España tenemos una gran calidad de vida, siempre en comparación tácita con otros países de Europa o del mundo mundial,  y siempre como compensación de las distintas deficiencias que pudiera tener España. La frase era: “Sí, pero en España se vive como en ningún sitio”.

No se decía tal cosa  en los setenta ni en los ochenta, que yo recuerde. Por entonces, los españoles miraban hacia otros países europeos no con envidia, pero sí con la aspiración de vivir como ellos. Y quizá de ser como ellos.  Se sobreentendía que nos quedaba mucho camino que recorrer. Las carencias eran evidentes, nadie lo ponía en duda. No se pensaba ya que España era “lo mejor del mundo”, tal como había pregonado  la propaganda franquista en sus buenos tiempos. Ese autobombo de la autarquía había perdido cualquier poder de convicción décadas antes.

Lo que me sorprendió, al volver, fue que aquel autobombo hubiera reaparecido, de otra forma, sí, pero con el mensaje inconfundible: España es cojonuda. Aunque la razón para sostener tal cosa ya no era el rollo de la “reserva espiritual”, sino que aquí se viviera mejor: que los españoles sabíamos vivir mejor que otros. Los otros eran, naturalmente, nuestros vecinos del Norte, aquellos europeos que sólo se dedicaban a trabajar y no sabían disfrutar de la vida. No sabían divertirse, los pobres idiotas, y cuando venían a España flipaban con nuestro saber vivir, del que formaba parte fundamental  nuestra intensa vida nocturna.

Había dado yo por supuesto que ese orgullo de “qué bien vivimos” se había acabado, y más con la crisis, pero resulta que sigue vivito y coleando. En Andalucía, decía Arias Maldonado. Y más allá, añado. En realidad, todos los fines de semana y fiestas de guardar muchos españoles se aplican diligentes a demostrar lo bien que saben divertirse. ¡Al menos, eso! Al menos en eso nadie puede darnos lecciones: somos nosotros los que podemos darlas. Y no tomarlas, claro. No hay nada que aprender si ya tenemos aprendido lo esencial, que es cómo llevar divinamente esto de la vida.  Y, así,   la “calidad de vida”, ese saber vivir que está tan cerca del saber divertirse, desbanca la aspiración a una vida de calidad, a una vida en la que uno hace algo aparte de disfrutar de la vida.

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Psicopatología de la vida andaluza, Manuel Arias Maldonado: http://www.elmundo.es/andalucia/2015/03/04/54f6b2b5e2704e67558b456b.html

 

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La profecía del gran cambio

Por el gusto de especular, o sólo por joder, que diría el castizo, tengo cada vez más la impresión de que el gran cambio sobre el que tanta tinta viene corriendo, ése que se producirá a no más tardar  en las próximas generales, con su fin del bipartidismo, su fin de “régimen” y su fin de todo lo habido y por haber,  acabará como tantas profecías que se han hecho en los últimos años: fallando.

Más divertido aún: puede ocurrir que en ese parlamento más fragmentado, tripolar si quieren, que surja de las urnas,  y ante la falta, casi segura, de una mayoría absoluta, el partido mayoritario (PP, probable; PSOE menos probable),  recurra para solucionar el problema de gobernabilidad a los partidos que siempre lo han solucionado: los nacionalistas. Ahí está el PNV, que mientras el nacionalismo catalán subía al monte se ha quedado en el campamento base. Ahí está Durán, posible compañero de viaje  en el instante en que deje de serlo de los convergentes. Ahí podrá estar alguno más de la familia (piénsese en Coalición Canaria).

Solo por especular. Pero no es infrecuente que cuando todo el mundo está mirando hacia un lado, cuando todo el mundo da por hecho que va a suceder tal cosa, las cosas se empeñen en suceder de otra manera.  Es más, se empeñen en suceder del mismo modo que han sucedido otras veces.

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Antonio Morales Moya, historiador

Hace unos días fallecía  Antonio Morales Moya, uno de los historiadores españoles que se enfrentó críticamente a  la idea, muy extendida en la historiografía española reciente,  de que España es una nación “inventada”. Tal vez por ello, o porque no era una figura con presencia mediática (nos costó convencerle para que se dejara entrevistar en El Búho en Radio 4G FM), el caso es que han aparecido en la prensa solo dos obituarios recordando la obra y la figura de Morales Moya. Enlazo aquí los dos, como pequeño y particular homenaje a un gran historiador:

Muere el historiador Antonio Morales Moya (El Imparcial, Mariano Esteban de Vega)

Creo, en efecto, en el compromiso social del historiador que trata de esclarecer el pasado para una mejor comprensión del presente. Por eso, he tratado de participar, tan modestamente como fuere, en la “esfera pública”, es decir, en esa red social donde se intercambian informaciones y puntos de vista que se convierten, como señalaba Habermas, en “opinión pública”… Por otro lado, creo que tiene sentido reivindicar la historia desde el punto de vista de la lucha por una sociedad abierta, por la primacía de la razón, de la justicia, de la libertad y de la igualdad.

(“El compromiso del historiador. Conversación con Antonio Morales Moya”, Historia del Presente, 10, Madrid, 2007, p. 86).

El reciente fallecimiento del profesor Antonio Morales Moya (Villa Sanjurjo, 1933-Madrid, 2015), deja a la historiografía española sin uno de sus más importantes referentes. Protagonista de una carrera académica atípica (licenciado en Filosofía y Letras a los treinta y siete años y doctor en Historia a los cuarenta y ocho, tras ejercer mucho tiempo como miembro del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado), a partir de su irrupción profesional en el campo historiográfico a comienzos de la década de los ochenta (primero en la Universidad Complutense, después en Salamanca, a continuación en la Universidad Carlos III y, finalmente, en la Fundación Ortega y Gasset), Antonio Morales consiguió imprimir una huella original en los muchos y diversos territorios del pasado sobre los que proyectó su atención.

(Continuar lectura: http://www.elimparcial.es/noticia/147463/cultura/Muere-el-historiador-Antonio-Morales-Moya.html )

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En defensa del patriotismo constitucional (ABC, Mariano Esteban de Vega)

Lectura aquí: http://www.iec.cat/recull/fitxers/15/02/04/001HFU3I.pdf

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Julia Escobar publicaba en su blog una semblanza más personal de Morales Moya, escrita por un amigo suyo:

En la muerte de Antonio Morales Moya: http://laquimera.typepad.com/laquimera/2015/02/en-la-muerte-de-antonio-morales.html

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Todos somos Grecia

España es Grecia. Francia es Grecia. Italia, por supuesto, es Grecia. Gran Bretaña es Grecia por más que ponga el Canal de La Mancha. Finlandia es Grecia. Otros nórdicos también son Grecia, para no ser menos. Alemania, sí, también ella es un poco Grecia. No se libra nadie. Todo el mundo europeo es Grecia. En todos esos países, como en otros, los grandes partidos de centro, los que han hecho la UE, los que han gobernado por turnos, y especialmente aquellos a los que les tocó el turno durante la crisis económica, reciben las patadas del electorado. Unos reciben pataditas, pequeños avisos y advertencias. Otros reciben patadas que los sacan por la puerta. La cuestión es si esa patada es o no es una patada a la realidad.

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