Historias de la clandestinidad. Mendiluce

Supe el otro día de la muerte de Mendiluce. Yo siempre le recuerdo en los setenta. Después apenas le vi una o dos veces, la última en un delirante debate en Canal Sur sobre la guerra de Irak. Nos guardábamos un afecto fruto de aquellos años del tardofranquismo en que los dos formamos parte de la muy minoritaria pero hiperactiva Liga Comunista Revolucionaria. Tampoco es que nos viéramos mucho entonces. La clandestinidad significaba compartimentación. Pero durante una temporada no muy larga los dos formamos parte del comité local de Madrid de la LCR, y para las reuniones quedábamos él y yo en la indispensable cita previa en un bar de tantos, no lejos del metro de Tetuán.

Una mañana, después de la cita previa, nos encaminamos como otras veces a la casa donde nos reuníamos. En el balcón del piso no colgaba ninguna toalla ni ninguna otra prenda y esto nos sorprendió.  Era una de las medidas de seguridad comunes y elementales. Los del piso donde se celebrara una reunión debían poner alguna señal que se pudiera ver desde el exterior para indicar que todo estaba en orden y se podía subir. La pareja que vivía en aquel piso solía sacar una toalla. Era, dentro de todo, lo más discreto. Tengo en la memoria que era casi siempre una toalla grisácea, lo que no quiere decir que estuviera sucia, aunque quién sabe.

La toalla de seguridad no estaba y durante un minuto Mendiluce y yo consideramos la situación. ¿Qué hacer?, o sea. Ya que estábamos allí, no nos agradaba haber ido en balde, y supusimos, aunque creo que sobre todo lo supuso él, que se habrían olvidado de sacar la señal de que había vía libre. Decidimos subir al piso. Era una casa antigua y estrecha, sin ascensor. Cuando llegamos al piso nos encontramos la puerta abierta. Mendiluce entró, y yo detrás. Vimos que no había nadie. Ya no nos paramos a inspeccionar si había señales de un registro. Salimos al descansillo, alterados.

Mendiluce se hizo cargo de la situación al momento. Me dijo que teníamos que bajar las escaleras con toda naturalidad, como si fuéramos una pareja que viviera allí. Aun bajábamos por las escaleras, aparentando mucha calma,  cuando nos encontramos con unos cuantos hombres, dos o tres, no recuerdo ya, que  subían. No los miramos mucho, pero olimos que eran agentes de la Social. Seguimos en nuestro papel, hablando, por así decir, del tiempo. Actuar bien era muy importante. Yo esto ya lo había aprendido cuando me detuvieron y me interrogaron en la DGS (Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol). Me ayudaron los consejos de otra detenida que estaba en mi celda en los sótanos, estudiante de Medicina,  y con más experiencia en la materia.

Al llegar al portal, Mendiluce me dijo en voz baja que debíamos salir sin prisas,  caminar despacio hasta la siguiente esquina y una vez que dobláramos la esquina, echar a correr a toda velocidad. Así lo hicimos. Y así nos libramos de una caída, a pesar de que infringimos, por curiosos y temerarios, las medidas de seguridad elementales.

No era prudente volver a las casas donde vivíamos cada uno de nosotros. La organización solía disponer de casas de simpatizantes para ocasiones como esa, para refugiar durante un tiempo a los militantes en riesgo y evitar más caídas y detenciones. Pero nosotros, al perder el vínculo con el comité local, nos quedamos descolgados de la estructura de la organización. Mendiluce propuso que nos ocultáramos en un piso propiedad de su madre en la calle Ríos Rosas o una cercana, mientras él trataba de encontrar la forma de contactar con el Buró Político, la máxima instancia de dirección.

Era un piso gigantesco, antiguo, con pinta de que ya apenas vivía nadie en él. El único detalle que me ha quedado de aquel piso es que había un frasco medio lleno de L’air du temps.  Lo repentino de la situación trajo otro inconveniente: casi no teníamos dinero. No teníamos, por ejemplo, dinero para comer. Pero Mendiluce tenía recursos. En la zona había un gran restaurante chino, muy caro y chic, del que era clienta su madre y donde le conocían.  Allí íbamos al mediodía, nos quedábamos en la barra, pedíamos una bebida y comíamos con los pinchos o tapas chinos que nos ponían generosamente por tratarse de él.

Pasamos tres o cuatro días en ese estado de excepción hasta que se logró conectar con el BP. Se confirmó que el resto del comité local, y algunos más, habían sido detenidos. No sé bien qué año fue todo esto. Ni siquiera tengo claro si fue antes o después de la muerte de Franco. Pero sé que los detenidos en aquella ocasión pasaron tiempo en la cárcel. Yo me libré de nuevo de ir a Yeserías. Por los pelos y por Mendiluce, por su sangre fría.

No puedo ni quiero hacer un obituario de Mendiluce. Ni siquiera puedo decir que le conocía bien. Pero sí puedo decir que tenía valor y sangre fría, y que  era un hombre de acción. La primera vez que le vi fue unos años antes, en el bar de la facultad de Económicas de Somosaguas. Fuimos allá unos cuantos de la Liga de otras facultades y él, al que llamaban “el vasco” (todo el mundo tenía motes),  apareció lleno de brío y nos contó las aventuras de la tarde: alguna asamblea, algún conato de manifestación, alguna refriega con la policía.  Pero contado todo eso por él, parecía que aquella tarde los estudiantes habían ganado una batalla decisiva a la dictadura. Y que él, cómo no, había estado al frente del combate.

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El no-debate sobre los no-debates

Leo sinfín de comentarios en la prensa sobre los debates. Esto es, sobre la presencia de los candidatos en programas de televisión o radio. Sobre si con Bertín o con la Campos, que vaya frivolidad. Sobre si comentar el fútbol en una emisora, con collejas incluidas, vaya por Dios. Acerca de cómo no va Rajoy a un debate a cuatro y envía a la vicepresidenta y cómo resulta que irá en cambio a uno con Sánchez. Y así sucesivamente.

Debo decir que a mí me interesan poco los debates televisivos. Sean a dos, a cuatro o a siete. Encuentro más sustancia en un debate parlamentario, incluso en el formato un tanto encorsetado de nuestro procedimiento, que en el espectáculo de los debates televisivos entre candidatos. Esos debates tienden a parecerse a las tertulias televisivas habituales, y no por casualidad tienen todos sus defectos. Prácticamente no hay manera de oír hablar en serio de ninguna propuesta política concreta.

Esos debates son, en realidad,  lances en los que se trata de ver quien dice el eslogan más “potente” o “ingenioso”, quien mete el dedo en el ojo mejor o más a otro, a quién se pilla en un renuncio y, en suma, cual de los demagogos en liza -porque ese formato incentiva la demagogia-  sale mejor parado del enfrentamiento.  Insisten en llamarlos así, pero no son debates.

Es significativo que sobre el formato y contenido de esos duelos bajo los focos no haya apenas discusión. Los comentarios periodísticos críticos, como tantos que han aparecido estos días,  se ciñen básicamente al hecho de  que no todos los partidos y candidatos  vayan a todos que se organizan. Se lamenta  que en el espectáculo no participe todo el mundo -y haya así más espectáculo- en lugar de lamentar las carencias y defectos del propio espectáculo.  No debería sorprender. El periodismo español ha demostrado todos estos años  que prefiere el furor de las tertulias al debate. Debatir sabiendo de qué se habla, uf, qué pereza… y qué muermo.

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¿Transformar el Senado en el Bundesrat?

Ciudadanos acaba de presentar una propuesta para reformar el Senado en un sentido que algunos comentaristas comparan con la Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas. Sin embargo, la comparación más apropiada es otra: la propuesta de C’s toma elementos del Bundesrat alemán, que está formado básicamente por los presidentes de los Länder.

Este es un documento en el que se explican pormenorizadamente la composición, el funcionamiento y las funciones del Bundesrat. El texto está en español y se encuentra aquí: https://www.bundesrat.de/SharedDocs/downloads/DE/publikationen/Bundesrat-und-Bundesstaat-SP.pdf?__blob=publicationFile&v=1

En la pagina 52 del documento, esta observación sobre el papel del Bundesrat en el sistema político tiene interés para nuestro caso:

“En el ejercicio de esas funciones, el Bundesrat debe desempeñar dos papeles: por un lado es un contrapeso federativo al Bundestag y al Gobierno Federal, pero por otro es también un eslabón entre el Estado Federal y los Länder. El Bundesrat debe representar a los Estados miembros a nivel federal, pero simultáneamente obligar justamente a esos Estados miembros para con el Estado Federal.”

La principal ventaja de la propuesta de C’s reside probablemente en que cubriría un vacío en nuestro sistema: falta un eslabón específico que vincule  a las Comunidades Autónomas con el conjunto del Estado  y que no lo haga de forma ocasional, como la conferencia de Presidentes autonómicos, que se ha reunido en total cinco veces desde su creación en 2004.

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Las pretensiones secesionistas: mutilación y automutilación

Notas sobre el problema catalán

por Rubén Osuna, profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNED

Se ha hablado y escrito mucho sobre el problema catalán en su estado presente, y he querido redactar unas notas para mí mismo, para ordenar un poco los distintos enfoques del problema. Quizá puedan ayudar también a otros.

Lo primero que me choca de la pretensión secesionista es la gravedad de la pérdida de derechos que supondría para todos, los residentes en Cataluña y los españoles que no viven allí. Para unos y otros implicaría la pérdida del derecho a no ser considerado  extranjero en tu propio país. Hasta hoy cualquier español puede establecerse, trabajar, comprar o vender donde quiera, con los mismos derechos que cualquier otro. Esto se extiende, por supuesto, a sus hijos. Un catalán secesionista está renunciando a ese derecho, y al de sus hijos. Estos no podrán decidir ya, si lo desean, desarrollar su vida fuera del país petit,  o al menos no con los derechos y garantías que hoy tienen.

Esta renuncia se extiende también a los derechos derivados de la pertenencia de España a la Unión Europea, que permiten residir con amplios derechos –aunque nunca iguales a los de un nacional- en cualquier lugar de la Europa incluida en los límites de Schengen. Es por esto que creo que el mayor coste lo soportarán los jóvenes que residen en Cataluña, y no tanto los viejos o quienes tienen hecha ya su vida allí. Por este motivo los secesionistas deslizan la idea, disparatada, de que los futuros nacionales de la República Catalana podrán seguir usando sus pasaportes españoles (!). Pero no solo renuncian ellos, sino que su “derecho a decidir” implica que los demás no tenemos derecho a decidir nada sobre algo que nos afecta, a nosotros y a nuestros hijos, que también se verán privados por la fuerza de la posibilidad, la usen o no, de desarrollar sus vidas en parte de lo que hoy es España, siempre con los mismos derechos que cualquier otro español.

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La siguiente consideración es de método. Un sistema legal e institucional puede transformarse profundamente en otro, y hay dos vías. La primera es hacerlo “de la Ley a la Ley”, es decir, sin saltarse las leyes del sistema vigente, y empleando los cauces que este incorpora para ello. Siempre los hay, y cuando se parte de un amplio consenso las condicionalidades y las restricciones garantistas que dificultan la metamorfosis no son un problema. Así se hizo en la transición española del franquismo a la democracia.

La otra vía consiste en abrir un proceso revolucionario, en el que se constituye un nuevo poder que se autoproclama único legítimo, y del que derivan nuevas normas e instituciones, estando aún vigente el anterior, lo que conduce invariablemente a un conflicto violento que termina con la desaparición de uno de los dos.

En nuestro caso el conflicto se daría no tanto entre lo que quedara de España y Cataluña, que también, sino sobre todo dentro de la propia Cataluña. Si se autoproclamara una nueva república independiente catalana, y esta reclamara el pago de impuestos a un residente, este podría entregar su dinero, contento o atemorizado, o resistirse. Para quien se resiste, el reclamante está fuera de la Ley, no es un poder legítimo y por tanto sí poco menos que un bandolero, al que sería legítimo oponerse por cualquier medio. Un cambio “de la ley a la ley” requiere una reforma constitucional, y que la mayoría de los españoles, todos, acepten que una parte pueda decidir por su cuenta privar de parte de sus derechos al conjunto. Podría ocurrir, pero parece muy poco probable.

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En suma, las pretensiones secesionistas, en la Europa de hoy, implican necesariamente una automutilación, en forma de pérdida de derechos para los propios catalanes que apoyan la secesión, y sus descendientes. Resulta difícil encontrar un argumento racional en el apoyo al secesionismo. Pero además implica mutilar los derechos de otros, catalanes no secesionistas especialmente, pero también españoles que no residen en Cataluña, y ello al margen de la ley, por la fuerza. Están empujando al país, y especialmente a la propia Cataluña, a un penoso conflicto sin salida.

Se repite mucho el argumento de legalidad: lo que plantean los secesionistas no puede hacerse dentro de la Ley sin reformar esta. Pero el argumento clave es otro: que la Ley, la Constitución, no permite una secesión decidida por una parte del país por muy buenas razones, y así debe seguir siendo. Se podrían decir muchas más cosas, por supuesto, pero en núcleo del problema es lo que ha quedado arriba expuesto.

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Los refugiados y el juego de suma cero

Anoche publiqué en Libertad Digital un artículo sobre los refugiados. Este: Los refugiados no deben depender de Hacienda: http://www.libertaddigital.com/opinion/cristina-losada/los-refugiados-no-deben-depender-de-hacienda-76597/

Lo esencial de mi argumento es que esos refugiados que España acogerá, y que no serán más de quince mil, no debe tratárselos, más allá del momento inicial, como un problema asistencial, como a personas que dependerán indefinidamente de la asistencia del Estado, sino que se les debe dar la oportunidad de buscar sus propios medios de subsistencia. En definitiva, que conviene permitirles cuanto antes que trabajen (o monten un negocio).

Lamentablemente,  la mayoría de los comentarios que han dejado los lectores reflejan de una u otra manera la errónea visión contra la que trataba de argumentar en el artículo: la creencia de que el mercado de trabajo y la economía en su conjunto son un juego de suma cero, y algo básicamente estático. Una creencia que los conduce a rechazar  que venga a buscar trabajo más gente puesto que hay muy poco trabajo en España.

Como notable excepción a esa visión estática y de suma cero predominante, quiero destacar aquí este comentario de Manuel Lameiro, del City College of New York (lo reproduzco  corrigiendo algunas erratas y poniendo acentos):

“Coincido plenamente con Cristina. La economía no es algo estático sino dinámico, porque se retroalimenta de todas las actividades e intercambios que tienen lugar en un país determinado, y con los países con los cuales existe comercio. Esas miles de personas necesitan consumir, alquilar casa, comprar muebles, ropa, etc.; eso genera empleo en las empresas que producen esos bienes. Si trabajan para empresas o son autónomos generan riqueza, pagan IVA, etc.

Un ejemplo son los inmigrantes legales e ilegales en EEUU. En las ciudades de Nueva York y New Jersey donde se instalan crecen la economía y el empleo, comparadas con otras donde no hay inmigrantes.”

¿Es tan difícil de entender? Parece que sí.

 

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