Anarcolactantes
José García Domínguez (El Mundo, 2-10-2017)
Toda una cohorte generacional de anarcolactantes catalanes, la de los menores de 50 años que crecieron untando Nocilla en pan Bimbo ante la pantalla de TV3, acaba de descubrir, entre incrédula y estupefacta, que el Estado existe, y que organizar motines insurreccionales con el manual de estilo de Pippi Calzaslargas no resulta tan fácil y divertido como jugar a hacer pompas de jabón en el recreo del cole.
Merced a la impagable labor pedagógica de la Guardia Civil, unos cuantos miles de eternos adolescentes locales entraron en la vida adulta, por fin, a lo largo de la muy agitada mañana del 1 de octubre. Transito vital del que todos deberíamos felicitarnos. El Gobierno estaba llamado a elegir entre quedar bien en el telediario nocturno de la CNN o que quedara algún rastro de la existencia de España durante la emisión de ese mismo informativo. Y eligió lo segundo.
Se nos dijo mil veces que el Estado no podría soportar de ningún modo la foto de adorables niños rubitos llorando desconsolados. Y tampoco la de viejecitas entrañables rodando por los suelos. Pero la única imagen que no puede soportar un Estado es la de la derrota. Y esa, de momento, no se ha producido. De momento. Porque lo de ayer solo fue una primera escaramuza, apenas eso. Esta guerra de trincheras, barro, agentes dobles y traperos mercenarios va a ser larga. Se extenderá, como mínimo, a lo largo de un lustro. Quizá más. Y al final habrá, por supuesto, vencedores y vencidos. Una vez quemada toda su colección completa de máscaras históricas en la pira del procés, el catalanismo no se va a echar atrás. Y el Estado, por su parte, tampoco puede recular. Ya no.
Puigdemont, que a estas alturas de la asonada poco tiene que perder, fantasea con proclamar el Estat Català el próximo miércoles en el Parlament. Pero también Enver Hoxha ordenó establecer la inexistencia de Dios en la Constitución de la República Popular de Albania. Un postrer salto de la rana para tratar de hacerse un hueco junto a Macià y Companys en la mitología martirológica de los cruzados de la causa. Poco más. De modo agónico, sí; teniendo que recurrir a estampas portuarias que rememoran escenarios casi bélicos, sí; sorteando la deserción encubierta de la Administración regional y la insubordinación explícita de su policía, sí; contra viento y marea, sí, pero el Estado todavía existe en Cataluña. Ayer, pese a todo y pese a todos, lo demostró. Pero, con ser ello importante, no fue lo único que se demostró a lo largo de la jornada.
La definitiva quebequización de la querella catalana, esto es, la ruptura en dos mitades de la que en su día fuera una única comunidad política, definidas ambas por rasgos étnico-culturales; el inocultable papel de la lengua materna como variable crítica que explica la adscripción de la población a una u otra de las dos lealtades nacionales en liza, ese secreto a voces, el gran tabú que nadie en Cataluña se atreve a reconocer en público, también ha acabado emergiendo a la luz pública durante el primer asalto del gran combate. La distribución geográfica de los focos de tensión en los centros electorales – casi inexistentes en los municipios y barrios de mayoría castellanohablante, ubicuos en las comarcas del interior y los distritos de las ciudades de predominio vernáculo – resulta inequívoca al respecto.
Corolario de esa falla cultural latente que siempre ha escindido a Cataluña, la que ya no se puede ocultar por más tiempo, es la creciente dificultad para nadar entre dos aguas de Colau y demás pescadores en el río revuelto de las terceras vías. Los mandos de Els Comuns se abrazaron a los convergentes en los barrios de clase media y media-alta de Barcelona, pero sus votantes de Nou Barris, Cornellá y Hospitalet no estaban el domingo en las mismas calles, tan anchas y señoriales, de la derecha del Ensanche. Y tampoco en el mismo lado de la barricada. La guerra, ya se ha dicho, será larga. Aún no hemos visto nada.
Los anarcolactantes de la CUP estarán estupefactos pero los incrédulos con el Estado somos el resto.
Os veo bien a ambos. Un placer leeros y escucharos en EL BÚHO.
Excelentes tuits QP.
Pero ese dossier de contrainformación a las difamaciones deberían hacerlo los medios públicos.